4. ¿Ahora qué hago? ¿En qué fallé?

—No es que pueda arrancarlo de mi corazón… No es que pueda dejar de quererlo de un día a otro…  y me duele mucho que así sea… —Sofía rompió en llanto, con sus manos sobre el pecho como si estuviera sosteniendo su corazón.

—Me imagino… —dijo Pía acercando un pañuelo de papel a su amiga—. Estás pasando por un momento muy complicado.

—Demasiado…

—Y me encantaría ayudarte… pero como sabes, esta no es mi casa y tengo que hablar con mis padres y ver si me dejan que te quedes. Si fuera mi casa, con mucho gusto te apoyaba, pero… ellos son los que deciden —dijo Pía apenada por tener que rechazar a su amiga—. Lo siento.

Sofía levantó la mirada hacia Pía, el llanto se había acabado y el miedo regresaba. De nuevo esa pregunta que parecía picarle las costillas cada segundo se apoderaba de su mente: «¿Ahora que hago?». Entendía los argumentos de Pía, lo que no entendía era la facilidad con la que se lo decía. ¿Quién tenía razón? ¿La amiga que quería asilo o la que no podía dárselo? 

—Creo que deberías de ir a buscar a Adam, aunque no quiera estar contigo, debe de hacerse cargo del bebé, tiene que ser responsable… ¿no crees? Creo que si alguien debería de apoyarte incondicionalmente, pese a todo, es él… —dijo Pía queriendo lavarse las manos y echarle la responsabilidad a alguien más.

—Gracias —dijo Sofía levantándose del sillón, dispuesta a salir de esa casa.

No necesitaba consejos, necesitaba una mano que la ayudara a levantarse sin preguntar. Las opiniones no eran algo que la pudieran ayudar en ese momento. 

—Sofía, si hay algo en lo que te pueda ayudar… Algo que esté dentro de mis posibilidades… —añadió Pía apenada e intentando brindarle una sonrisa—. ¿Quieres dinero?

—No… déjalo —dijo Sofía sintiéndose herida. Ahora entendía cuando decían que en las dificultades te das cuenta de quién es tu amigo en verdad. 

Atravesó la puerta resintiendo el frío del exterior, sabiendo que tenía que seguir buscando antes de que cayera la noche. Vio en el marco de la entrada a su amiga, aún con mirada apenada, pero sin intenciones de brindarle verdadera ayuda, agitando su mano en el aire, despidiéndose a la distancia con una mirada llena de lástima.

Sofía comenzó a caminar por las calles mientras la nieve caía del cielo. Los pequeños copos se quedaban clavados en su cabello y ropa mientras sus pasos no tenían rumbo hasta que se dio cuenta que la habían llevado hasta la residencia de Adam. 

Se plantó frente a las rejas doradas y alcanzó a ver el majestuoso jardín tapizándose de blanco. Tragó saliva y se acercó hasta que sus manos se posaron sobre los fríos barrotes de esa jaula de oro. El encargado de vigilar la puerta se acercó con curiosidad, viendo a la mujer con esa chamarra que no parecía ser capaz de apaciguar el frío del ambiente. 

—¿En qué le puedo ayudar? —preguntó con el radio a la altura de su boca.

—Quiero hablar con Adam. —La voz se le quebró al pronunciar su nombre—. Dígale que soy yo. 

Antes de que el encargado terminara de mandar el mensaje por la radio, llegó Isabella casi corriendo, agitada, con la mano sobre su pecho intentando recuperar el aliento, temiendo que Adam pudiera enterarse de su presencia.

—¿Qué haces aquí? Pensé que habíamos aclarado todo en la mañana —dijo Isabella molesta.

—Tengo que hablar con Adam —dijo Sofía con el ceño fruncido y dispuesta a sacar fuerza hasta de las piedras con tal de enfrentarse con más gallardía a Isabella esta vez.

—Ya te dije que él no piensa hablar contigo.

—Estoy embarazada —dijo Sofía con el corazón roto y la frente en alto.

—Mientes —respondió Isabella cruzándose de brazos, indignada por lo que consideraba una nueva artimaña de Sofía para llegar a su hijo.

—No miento, estoy embarazada de Adam. Déjame hablar con él, tiene que saberlo —exigió con la voz rota y de nuevo sus manos se posaron en su vientre.

—Manipuladora… Lárgate de aquí antes de que llame a seguridad —dijo Isabella viéndola con asco y desprecio.

—¡Déjame hablar con él! ¡Te lo suplico! 

—¡Él no quiere hablar contigo! ¡Lo tienes harto! Si se entera que quieres chantajearlo, perderá la cabeza.

—No es chantaje, estoy embarazada… Lo juro.

—De seguro ni siquiera es de él… ¡Vete de aquí! 

Sofía se agarró de los barrotes y escondió su rostro lleno de lágrimas, sintiéndose impotente, apretando sus dientes hasta que rechinaron por el coraje. Levantó la mirada llena de odio y rencor, sintiendo como su corazón se pudría de rabia e impotencia. 

—Vete a la m****a Isabella, tú y toda tu familia —dijo Sofía entre dientes sin dejar de ver a esa mujer delante de ella con rencor—. Si eso quieres… eso tendrás. ¿Quieres que me aleje de tu hijo? Así será. ¿Él no quiere verme? No me verá… Si en verdad me ama, me buscará, si no lo hace… no pienso buscarlo yo. ¡Ya me cansé! —Golpeó con la palma de sus manos los barrotes. En ese momento sus lágrimas eran de coraje—. Espero que jamás se arrepientan, porque no pienso permitir que mi hijo sepa de ustedes, él no tendrá padre.

—Lo has dicho mejor de lo que yo podría decirlo —dijo Isabella acercándose con soberbia—. Ahora lárgate.

Sofía retrocedió manteniendo la mirada de Isabella. Limpió las lágrimas de su rostro antes de dar media vuelta y emprendió el camino de nuevo hacia ningún lugar, mientras que Isabella regresaba al «confort» de su casa, dejando que las palabras de Sofía le dieran vueltas en la cabeza. Atravesó la entrada y se quitó el pesado abrigo en silencio, con la mirada perdida y el coraje dentro de su corazón. ¿Cómo se había atrevido a hablarle así esa mujer? «Es una vulgar, una corriente, una…», de pronto la presencia de Adam, tomándola por sorpresa, la sacó de sus pensamientos. 

—Escuché que me buscaban —dijo Adam con el ceño fruncido.

—¿Qué? No… era… nadie —respondió Isabella cruzándose de brazos y buscando su mejor sonrisa.

—¿Estás segura? Te ves nerviosa. —Adam se acercó e Isabella pudo ver sus ojos consumidos por el dolor.

—Estoy bien… Todo está bien —respondió abrazándolo con cariño y mordiéndose los labios para no hablar de más.

Cuando Isabella puso distancia entre los dos, notó que una de las manos de Adam sostenía una pequeña caja de terciopelo. La señaló en silencio sin poder abrir la boca, temerosa de la respuesta a la pregunta que aún no formulaba. Adam levantó los hombros y sonrió melancólicamente mientras sus ojos suplicaban por liberar todo el dolor de su corazón.

—Me quería casar con ella —dijo en voz baja abriendo la caja delante de los ojos de Isabella—. Le iba a pedir matrimonio —añadió mientras enseñaba el hermoso diamante que planeaba usar para adornar la mano de la mujer a la que amaba—, pero… se fue, me abandonó… —Cubrió sus ojos con una mano tratando de contener su dolor—. ¿Por qué se fue? ¿Por qué me dejó? ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé? 

Isabella se quedó por un momento en silencio, sin saber cómo responder a esas preguntas. Todos los motivos que la habían orillado a lo que provocó la desgracia de su hijo, ahora la abandonaban.

—Nada hijo, no eres culpable de nada —dijo Enzo saliendo de su despacho, pasando al lado de Isabella sin dignarse a verla—. No eres responsable de nada.

—Le entregué el corazón, le di todo de mí y… no le importó —añadió Adam apretando los dientes mientras Enzo posó su mano sobre su hombro—. ¡Solo fui su burla! ¡Me humilló! ¡Creí que ella sería diferente! ¡Que ella me amaba por quien era y no por lo que tenía! —Su mirada era suplicante y agónica—. Siempre fue igual que todas… y nunca me di cuenta.

—Adam… —Enzo no supo cómo contener el dolor de su hijo y se sintió tentado a obligar a Isabella a hablar.

—No… se acabó —dijo Adam cerrando la pequeña caja y guardándosela en el bolsillo antes de subir las escaleras.

Ѻ

«Ahora solo somos tú y yo» pensó Sofía al acariciar su vientre, concentrándose en la vida que crecía dentro de ella. De pronto un pequeño auto destartalado se estacionó a su lado y Jimena bajó de él.

—¡Hola de nuevo! —exclamó y abrazó a Sofía con cariño, como si fueran amigas de toda la vida—. ¡Anda! ¡Trépate! 

—Pero… No me conoces y…

—¡Anda que me congelo! —añadió Jimena de regreso al auto.

Sofía rodeó el carro y en cuanto entró, el motor se encendió. Se colocó el cinturón de seguridad y vio con desconcierto a Jimena. 

—Cuando vi lo que pasó con tu mamá decidí posponer la intervención, me imaginé que necesitarías ayuda, mi instinto de abogada me lo dijo —añadió Jimena con alegría, haciendo que su carcacha comenzara a moverse.

—Quise buscar ayuda, pero… —Sofía no sabía cómo explicar su fracaso.

—No necesitas decir más… Me imagino por lo que has pasado —dijo Jimena colocando su mano sobre el hombro de Sofía antes de emprender el camino.

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