Isabella notó a Máximo detallándola, ese hombre, con esa mirada tan intensa, tan fría y hosca, hacía aflorar sus nervios instantáneamente.
Ella volteó hacia su abuela, dándole la espalda a esos hombres, y simuló tomar otro trago de su copa. Ella no podía creer lo que estaba haciendo, si no podía ni ver a Máximo a la cara, ¿cómo podía convertirse en su esposa?
— Señora Sinclair… — Una suave voz femenina llamó la atención de la joven, quien volteó rápidamente. — ¿Cómo está?
— Bien, ¿qué gusto verte después de tanto tiempo, Marian? — Margaret saludo con cordialidad a la mujer.
— Tú debes ser Isabella… — Marian estiró la mano hacia la chica, para darle un apretón.
— El gusto es mío, señora. — Isabella se inclinó levemente, en un ademán elegante, luego de soltar su mano.
— Mi hijo debe estar muy feliz con una prometida tan hermosa. — Le sonrió la mujer.
— Oh, bueno… Yo… Gracias… — Balbuceó Isabella.
— Está bien, debes estar nerviosa… — Le sonrió Marian con dulzura. — Solo quería co