Capítulo 4. Chad

[ARI]

El día había comenzado como todos los días de mi vida. Todo aburrido o nada nuevo que contar. Había ido a la cita con Chad y, bueno, estando ahí no sentí aquel impulso que me invitaba prestarle tanta atención como cuando no podía parar de verlo hace un par de años. No, de hecho todo fue bastante normal. 

—¿Te gustan las papas fritas? —Preguntó con una sonrisa en el rostro —. Puedes tener las mías. 

Bueno, sí. Estaba siendo amable, pero no me lo creía todavía. Cuando salimos del instituto ni siquiera se despidió de mí. Se despidió de todos y cada uno de nuestros compañeros, incluso en fila. Pero, en lo que a mi persona respecta, me había vuelto invisible de forma repentina antes de que llegara hasta mí. Se detuvo a darle la mano a un chico con aspecto de nerd al que le pagaba por hacerle las tareas —y gracias a quien aprobó —pero a mí, ni siquiera volteó a verme. 

Y ahora estaba ahí, compartiendo conmigo sus papás fritas. 

Algo me estaba pareciendo extraño. 

Aunque quizá era yo, siendo yo, y tenía que ser un poco más suelta. 

Sacudí aquellos pensamientos de mi cabeza y lo miré con atención, dándole un sí definitivo a su pregunta sobre las papas. 

—Gracias. 

—De nada, bonita. 

¿Bonita? No sonaba nada mal. 

Sonreí en su dirección, tomando mi hamburguesa con ambas manos. 

Chad mordió sus labios conteniendo una risita. 

—¿Qué? 

—Nada, es que… estuve pensando en por qué nunca nos hablamos en el instituto. 

Dejé mi comida de lado, pasando el último bocado para poder responder. 

—De hecho, si te hablaba a veces, pero siempre estabas ocupado… 

—Bueno, era el presidente del comité de deportes. Espero no haber sido muy pesado al contestarte. 

Ni siquiera se daba cuenta de mi presencia. 

Esbocé una sonrisa para disimular mi incomodidad. La verdad es que ya hasta me daba lo mismo. 

¿Para qué sacar el tema a colación?. 

No era relevante. 

—Todo bien —me limité a contestar. 

Estuvimos sumergidos en un profundo silencio al menos por cinco minutos hasta que él decidió romper con él para hacer una pregunta. 

—¿Y tienes novio?. 

Me pareció extraño. No era algo que se le preguntaba a alguien solo porque sí. O yo lo estaba pensando demasiado. 

Negué tímidamente. 

—No, no es algo que esté en mis planes por ahora… 

—Los planes pueden cambiar. 

—No, bu… bueno, sí. El asunto es que estoy por entrar a la escuela de medicina y no quiero distraerme. 

—Medicina, interesante —Sonrió. Tenía un semblante curioso. Mientras preguntaba, tomó su vaso con refresco y lo llevó despacio a su boca —. ¿Y a dónde se supone que iras?. 

—Pues estaba considerando mudarme a Baltimore el año próximo. Ahí podré estudiar en la Universidad Johns Hopkins y de paso, sacar una especialidad en pediatría luego, una vez ya establecida… 

—Es interesante —me cortó, pasando una mano por su cabello —. Yo estoy pensando en ir a vivir también a Marulanda el siguiente año. Mis padres tienen un negocio por allá, venden cosas deportivas. Quizá te encuentre por allá… 

Sonreí. 

—Quizá sí. 

—Podemos ir a tomar un café. 

—Suena bien. 

—Y quizá vayamos al cine. 

—No es una mala idea. 

Negó con pequeñas sonrisas. 

La "cita" no estaba yendo para nada mal. 

Chad hablaba de sus aficiones, de sus metas, sus sueños y todo lo relacionado a su familia. Parecía tener una gran admiración por ellos. De cierto modo fue gratificante escucharlo. 

Pocas personas tenían sueños que perseguir hoy en día. Me llamaba la atención eso de él. 

Fuimos, luego, a jugar futbolito al área de maquinitas del centro comercial y después, llegadas las dos de la tarde, mi tortuosa alarma, que indicaba que era hora de ir a trabajar, sonó. 

—Fue divertido —Dijo, pero de momento se había puesto algo serio. 

—Lo fue —acepté, extendiendo mi mano, la cual tomó sin chistar —. Fue lindo volver a verte —dije, a lo que él asintió y me haló hacia sí mismo para darme un abrazo. 

—Salgamos de nuevo algún día de estos —sugirió. 

De momento no sabía qué decir. 

Antes, esto me hubiera tenido suspirando horas, quizá días o era muy probable que semanas enteras. Sin embargo, ahora sólo podía limitarme a sonreír y dejar por la paz este encuentro. 

Es que, mi corazón no se hinchaba de la emoción. 

Ya no era lo mismo. 

Me alejé de él cuando aflojó su abrazo, dibujé una sonrisa en mi rostro y terminé por despedirme de él con un asentimiento. 

Hubo muchas cosas que no pensé en ese instante. Supongo

que tuve que haber sido más atenta a los detalles. 

☆゜・。。・゜゜・。。・゜★

Por la tarde me preparé para la hora agitada del trabajo. Casi siempre era a las seis de la tarde cuando los comensales empezaban a llegar en multitud. No quedaba tiempo de respirar con calma siquiera. Era tanto el movimiento que respirar hondo ya era un lujo. 

—Ari, a la sección de rápidos. Tres órdenes de refritos… 

—Enseguida. 

—Ari, ayuda a Genoveva con los platos. 

—En cinco voy. 

—¿Alguien me puede ir pasando para acá las comandas? ¡¿Por qué Lucy siempre las deja a la orilla?! —reclamaba el chef, gritando para que Lucy, la jefa de los meseros lo escuchara. Tenían esa rivalidad laboral, a pesar de trabajar en áreas distintas. Era como una tensión un poco extraña que sólo ellos entendían, pero que de cierto modo nos afectaba a todos. 

—Ya lo hago —dije, dejando un segundo los refritos. 

—Gracias, Ari, te estoy agradecido ¡No como a otras!. 

Reí, volviendo a mi trabajo. 

Un rato más tarde, estaba esperando el autobús en la parada. Pero, mis ojos casi se cerraban,según era mi cansancio. 

Tuve que darme pequeños golpecitos en el rostro para aguantar. No faltaba mucho para que el transporte llegara. 

Pero, de verdad me estaba durmiendo. 

Por suerte, el autobús llegó a tiempo. 

Recuerdo subir en modo Zombie al enorme aparato metálico, también recuerdo sentarme en uno de los asientos traseros que estaban vacíos, pero luego solo recuerdo cerrar los ojos un rato y, para cuando abrí los ojos de nuevo, ya estaba en mi casa. 

Aquello, sin duda, me espantó. 

No sabía cómo había llegado ahí. 

Todavía tenía puesto mi uniforme de trabajo.

Revisé mi mochila y todo estaba ahí. 

No entendía nada. 

En verdad estaba cansada, pero ¿tanto para llegar a casa y no recordarlo?. 

Tenía que averiguar qué estaba pasando. 

Bajé a toda prisa a la sala, donde todavía estaba papá, leyendo, como siempre, el Times, y donde también se encontraba Rávena, que me hacía un escrutinio un poco raro, para luego rodar sus ojos y bufar. 

Como sea… 

Llamé a papá. 

—Hola, pequeña dormilona. Veo que despertaste. Creí que dormirías hasta mañana. ¿Vas a cenar?. 

Negué, pasando saliva. 

—¿Cómo llegué?. 

Papá arrugó su entrecejo. 

—¿Disculpa, cielo?. 

—Sí, es que, no lo recuerdo…

—¡¿Ves?! ¡Te dije que estaba ebria! ¡Alcohólica igual a su madre tenía que ser! 

Miré a Rávena como quien le pide que se calle o algo malo va a pasar, y para mí sorpresa, guarda silencio; continúa arreglando sus uñas. 

Papá la mira sin mucha amabilidad. Se gira de nuevo hacia mí y se encoge de hombros. 

—Te trajo tu amigo. 

—¿amigo…? 

¿Será que Chad…? Quizá me encontró en el autobús. 

—¿Y él dónde está?. 

Papá me mira extraño. 

—Se acaba de ir. 

Apenas dice eso, salgo a toda prisa hacia la puerta principal, esperando verlo para agradecerle. Sin embargo, solo puedo ver como un hombre vestido de traje, muy elegante, sube a un auto caro y después se pierde por la carretera. 

¿Se habrá cambiado de ropa?. 

No obstante, al apartar el cabello que se me ha ido al rostro en medio de la agitación por alcanzarlo, una vez más siento en mis manos y en las mangas de mi camisa, aquel penetrante y varonil aroma a tinto, vainilla y musk. 

Ese que sólo he sentido una vez antes. 

Y fue con el dueño de mi flor. 

¿Será posible que…? 

O quizá es solo mi imaginación.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP