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Capítulo 3. Mi Flor al desconocido

La tarde había sido ajetreada dentro del restaurante. Pedidos express, comandas que llegaban cada dos minutos y tres reservaciones casi a la misma hora. Una en el salón de abajo, otra en el salón plus con bar y una fiesta de despedida de soltera en el salón VIP. Esa había sido la más pesada de todas. Todavía tenía la imagen del pastel de carne con forma de falo, en mi cabeza. De recuerdo, me había traído un par de dulces con formas sugerentes, que habían sido el postre de aquella fiesta, y ¡bah! Me daba lo mismo. Estaban deliciosos. 

Le envié un mensaje de buenas noches a mis abuelos, le respondí un audio a Difer, prometiendo que le contaría todo lo que recordaba, luego; y después me recosté un rato en la cama, poniendo una película en HBO, para mientras esperaba que el sueño me ganara. 

Afuera escuché a papá discutir con Rávena sobre el testamento, de nuevo, luego escuché las risas de Elena y sus amigas en la habitación de la par, y al final terminé por levantarme a cepillar mis dientes. Volví al cuarto y tomé mi teléfono de nuevo cuando vibró sobre la cama, viendo que tenía un mensaje de Chad, un ex compañero de instituto, que siempre me gustó cuando estudiabamos juntos en la misma clase de biología básica. 

Preguntaba si quería salir el siguiente fin de semana. 

Me sorprendí un poco, pero terminé por responder su mensaje con un «Claro ¿Por qué no?» y un emoji de carita sonriente. 

¿Chad Dubois? ¿En serio?

Esta semana en verdad había sido extraña. 

Me puse un pantalón de dormir de color gris, una camiseta de tirantes del mismo color y me metí a la cama. Apagué la televisión con el control remoto, y dispuesta a dejarme caer en los brazos de morfeo, cerré mis ojos.. Pero entonces… 

—No soy tan bonita como Elena, pero seguro se quedaron con la boca abierta cuando vieron que no salí sola del bar… 

Rio a carcajadas. 

—Eres bonita. 

—Y es que ellas… ¿Qué?. 

El ojiazul deja su copa de lado, me mira con admiración y sonríe. 

Amo esa sonrisa que se carga. 

—No parecías una típica chica de bar que llega a buscar compañía. Eres linda… 

—Yo… ¿te parezco linda? —arrastro las palabras. 

Vuelve a asentir. 

—Mucho. Eres de las chicas con las que dan ganas de quedarse una eternidad. Lo malo de las chicas como tú, es que cuando te dejan, se llevan parte de tu alma. Así de inolvidables…

—¿Inolvidable? 

—Al punto de que hasta podría levantarme mañana e ir por el desayuno, luego faltar a mis cátedras para quedarme contigo todo el día. Pero esto ya es mucho decir. 

Habla divertido. 

Parpadeo. Mis mejillas están bastante rojas.

El hermoso sujeto de cabello negro y ojos azules deja una caricia en mi cabello, al tiempo que dice:

—Bueno, señorita. Yo tengo que ir a descansar porque mañana tengo clases, ya charlamos demasiado y lo mejor será que te lleve a casa para que también descanses y… 

—¡Hazme tuya! —digo, pensando en qué sería lo que debería decir. Como si esto fuera una especie de libro romántico escrito por L. A James, me siento recta en el sofá; tomando impulso voy a su regazo, y dejando mis dedos en su nuca, al comienzo de su cabello, uno mi sien a la suya y le digo: —. Quiero esto. Que seas mi primera vez, y si es posible, también la última. 

¡No! 

Me siento en la cama de impacto, mis ojos casi salen de sus órbitas y… 

¡Joder! ¡Yo no dije eso!

¡¿Cierto?! 

Sí, lo dije ¡Lo dije! 

Ahora si quiero que la tierra me trague. 

Aunque, quizá no vuelva a verlo. 

Después de todo, después de

esa noche… 

Él se fue primero. 

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