Eleanor estaba en un estado de furia desbordante. La gente se le estaba yendo encima, y todo por culpa de su propio hijo, de William. Por él se quedaría sin nada, pero no se dejaría vencer. Intervendría, haría lo que fuera necesario: diría que ese video era apócrifo, que lo habían creado con inteligencia artificial, cualquier mentira serviría para recuperar su legado, su herencia, el lugar que le correspondía por derecho.
—Me las pagarás, William… —murmuraba con veneno en la voz, apretando entre sus manos una fotografía de su hijo—. Te pusiste de parte de ese malnacido de Jonah… —la furia endurecía sus facciones—. Pero no has ganado todavía, ninguno de ustedes lo ha hecho.
En un lujoso departamento, Katherine, Marie y Evan conversaban aún sobre la entrevista que había dado un giro a la historia.
—Fue formidable —exclamó Marie con un orgullo que no ocultaba—. Los tres lo hicieron perfecto. Me encantó la seguridad de mi hijo… un digno heredero de su padre. Yo lo formé en su niñez y adol