El sol de la mañana se filtraba tímidamente por las estrechas ventanas de la fortaleza de Rajar, arrojando largas sombras danzantes sobre las paredes de piedra. Christina, acurrucada en la cama, sintió el frío persistente de las montañas a pesar del fuego que aún humeaba en la chimenea. Su mente, sin embargo, estaba más despejada que nunca. Las palabras de Hjordis, la Reina Madre, resonaban en ella como un eco persistente: "No eres solo un objeto. Eres la mujer que puede cambiar el curso de esta guerra."

Se levantó, la suavidad de las pieles bajo sus pies, un tenue consuelo. Las ropas sencillas que le habían dado no eran lujosas, pero eran cálidas y prácticas. Mientras se vestía, sus dedos rozaron la tela áspera, y una extraña sensación de empoderamiento la invadió. Había sido secuestrada dos veces, un peón en un juego de tronos que no era el suyo. Pero si su existencia misma era la clave de la profecía, si su vientre era el premio por el que dos poderosos Thanes estaban dispuestos a