El aire de la mañana era un puñal helado que les cortaba la piel, un marcado contraste con el calor emocional que habían dejado atrás en la cabaña. Christina y Kael se sentaron en el suelo nevado, con las rodillas pegadas al pecho, sin pronunciar palabra. El silencio entre ellos era espeso, pesado. Ya no era un silencio de consuelo, sino uno de pura confusión.

Kael fue el primero en romper el hielo, mirando fijamente a Christina. Sus ojos, antes llenos de determinación, ahora reflejaban una profunda incertidumbre. "¿Qué hacemos ahora?".

Christina no respondió de inmediato. Miró la leña en sus manos, un pretexto ahora inútil, y luego el rastro de sus propias huellas en la nieve, que se dirigían directamente a la cabaña. La cabaña, que había sido su refugio, ahora era una trampa.

—Yo… no lo sé —murmuró finalmente, su voz era un hilo de sonido que el viento intentó llevarse—. Se ha ido. El Thane que yo conocía... se ha ido.

Kael negó con la cabeza, su mandíbula apretada.

—No te engañes,