La luz dorada de la mañana se filtraba por la pequeña ventana de la cabaña, pintando el suelo de madera con un resplandor cálido. El ambiente dentro era de una calma frágil, una tregua silenciosa después de la tormenta, tanto la de nieve como la de almas. Christina, con una nueva resolución, se movía por el pequeño espacio, ayudando a Astrid a moler granos para hacer pan. El sonido rítmico del mortero era un bálsamo para sus nervios, un recordatorio de que la vida seguía a pesar de la amenaza que acechaba en el vasto silencio blanco.
—La paciencia es la herramienta más afilada del Norte —dijo Astrid, observando a Christina con ojos sabios—. La nieve no se va por la fuerza, sino por el tiempo. Debemos esperar a que la primavera llegue, o nos convertirá en fantasmas.
Christina asintió, su mirada perdida en la ventana. La idea de esperar la primavera, de pasar meses en este rincón remoto, llenaba su corazón de una mezcla de miedo y esperanza. El miedo a ser encontrada por Wolf, y la esper