El campamento del clan enemigo era un lugar de penumbra y desesperación. Christina fue llevada a una tienda fría y oscura, donde el silencio solo era interrumpido por el viento helado y los lamentos de los guerreros heridos. Estaba sola, pero sabía que no estaba a salvo. Los hombres del clan la vigilaban de cerca, sus miradas lascivas la hacían sentir incómoda.

La incertidumbre la invadió. Había escapado de la jaula de Wolf, solo para caer en otra. Sin embargo, este nuevo cautiverio se sentía diferente. El jefe del clan enemigo, un hombre joven de la misma edad que Wolf, la había mirado con una fascinación que la inquietaba.

Christina se acurrucó en un rincón, su cuerpo temblando de frío y miedo. Se sentía como un objeto, un peón en un juego de poder que no entendía. La profecía, que la había atormentado en el jarlazgo de Wolf, ahora parecía ser la causa de su nueva desgracia.

Al día siguiente, dos guerreros entraron en la tienda y la arrastraron fuera. La llevaron a la tienda más gra