El infierno desatado (4ta. Parte)
El mismo día
Palermo, Sicilia
Adler
Para muchos, el matrimonio es una sentencia disfrazada de ceremonia; una cadena dorada que brilla bajo las luces, pero aprieta el alma con los años. Una condena pactada por costumbre, por miedo a la soledad, o por cumplir con un guion que ni siquiera escribieron. Otros lo viven como un contrato silencioso: yo te doy esto, tú me das aquello; una sociedad de mutuos beneficios donde el amor es apenas una cláusula opcional. Y luego están los que lo creen un acto sagrado, un salto de fe donde el amor venció al miedo y el alma encontró su reflejo en otra. Esos… son los afortunados.
Ellos encontraron a quien los eleva con una sola mirada, a quien hace latir el corazón como si fuera la primera vez, a quien basta con un roce para calmar las tormentas y una palabra sincera para silenciar los ruidos del mundo. No es suerte. Es amor correspondido. Es decisión. Es entrega.
Porque al final, lo verdaderamente hermoso no es casarse. Lo hermoso es hacerlo enamorado.