Un dolor que no cesa

Tocaron a la puerta, Violeta aún se sentía incómoda con aquella situación, su corazón se aceleró pensando que debía ser él quien estaba al otro lado de la habitación.

—Un momento, por favor —dijo intentando ser serena en su respuesta y no mostrarse agitada. Abrió lentamente y la sonrisa de Camelia, le devolvió el alma al cuerpo.

—¿Me permites entrar? —preguntó y le enseñó las bolsas que traía en ambas manos, Violeta asintió, abrió la puerta lo suficiente para que la empleada entrara con comodidad.— Te traje esto. —dijo, colocando sobre la cómoda ambas bolsas.

—¿Pero, y esto qué es? —reaccionó con asombro.

—Esto lo mandó a preparar el Sr Nolan; dice que andas descalza y con la misma ropa del día del accidente. Es ropa que escogí del guardarropas de mi Sra Aurora —volvió a persignarse— que Dios la tenga en la gloria y que creo te quedará bien.

Violeta tomó la primera de las bolsas y vació el contenido sobre la cama. Revisó una a una las prendas, mientras le decía a Camelia que no
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