Sara observó el ataúd de su mejor amiga descender por aquel estrecho y oscuro hoyo, tres días habían pasado y su mejor amiga no resistió la cirugía. Hoy, después de la despedida a su amigo, estaban haciendo lo mismo con su hermana, porque eso era para ella, y ahora tenía que verla partir para siempre.
Ya no lloraba, ninguna lágrima caí de ella, le habían arrebatado todo, lo único que aún la tenía cuerda, era que su hija y parte de su familia, seguía con vida y pretendía que siguiera así por mucho tiempo.
Sara alejó la mirada de la arena que tapaba el ataúd de su amiga cuando una presencia se acercó a ella.
Alan estaba a su lado, sabía que su mujer no estaba bien y mucho menos su hermano, que se había convertido en estos días en un hombre frío y despiadado que quería acabar con la vida de las personas que mataron a su mujer, porque eso era para él.
—Es hora de irnos, nena, nuestra hija nos espera —dijo Alan intentando tocarla, pero ella solo se alejó haciendo que su rechazo le doli