La Amante del Mentiroso Millonario
La Amante del Mentiroso Millonario
Por: Yor Dadeee
| ¿Su… esposo? |

Cecil Jones

Mientras miro por la ventanilla del avión, no puedo evitar sonreír. Una mezcla de emoción y ansiedad recorre mi cuerpo mientras recuerdo cada uno de los momentos que he compartido con él. William. Después de casi un mes sin verlo, decidí arriesgarlo todo y viajar a Nueva York para sorprender al hombre que amo.

No fue una decisión sencilla, pero lo he extrañado demasiado. William y yo tenemos muchos planes. El día que todo esté en orden, nos casaremos… y seremos muy felices.

Nuestra historia no comenzó de la forma más convencional. No hubo miradas cruzadas en una cafetería ni un encuentro casual en una librería. Lo nuestro empezó con una foto en una aplicación de citas.

Durante mucho tiempo no me animé a conocer a nadie. Hasta que vi su imagen. Fue como si sus ojos me hablaran desde la pantalla. No podía dejar de repetir su nombre: William Stagliano. Me obsesioné sin querer, soñando despierta con la posibilidad de que fuera real.

Finalmente reuní el valor y le envié un mensaje. Desde entonces no hemos dejado de hablar. Día tras día, sin importar la hora ni el tema. Nos contábamos de todo, desde lo más profundo de nuestras emociones hasta los detalles más insignificantes de nuestras rutinas.

Me sorprendió encontrar a alguien que no solo me escuchaba, sino que quería hacerlo. Que hacía espacio en su día para mí. Que prefería una conversación honesta a cualquier conexión superficial.

Conocía su agenda de memoria, su trabajo, incluso a su familia. Me enviaba fotos, hacíamos videollamadas a cualquier hora. Había noches en las que hablábamos tanto, que uno de los dos se quedaba dormido con el teléfono aún en la mano.

Intentamos vernos muchas veces, pero algo siempre se interponía. Hasta que un día me harté. Le puse un ultimátum: si no venía al bautizo de mi ahijada, no volvería a contestarle jamás.

Lo cité en la capilla del hotel donde sería la ceremonia. Sí, fui valiente, pero también precavida. Verme sola con él por primera vez me ponía nerviosa. No por miedo… sino porque, por primera vez en mucho tiempo, me sentía insegura. Él es increíblemente atractivo. Me preguntaba si al verme pensaría lo mismo de mí.

El día llegó. Estaba emocionada pero también ansiosa. Al no verlo llegar, un pequeño vacío se fue formando en mi pecho. La ceremonia comenzó sin señales de él y mi sonrisa se fue apagando lentamente.

Pensé que no iría, ya era tarde y la ceremonia estaba por comenzar. Sentí una punzada en el pecho… una mezcla de decepción y resignación.

Me repetí mil veces que no debía hacerme ilusiones, que quizá todo había sido un juego para él, que un hombre como William no podía ser real.

La música comenzó a sonar suavemente en la capilla del hotel y tomé a Rosie en brazos. Me obligué a sonreír para mi amiga Hera, quien lucía radiante con su vestido claro y su expresión llena de amor maternal. La ceremonia siguió su curso, y aunque intentaba concentrarme, mi mente seguía en otra parte… en él.

Y entonces, lo sentí. Un murmullo suave entre los invitados, un suspiro contenido… y el sonido de un auto deteniéndose afuera. Me giré instintivamente y ahí estaba él. Alto, imponente, con un traje azul oscuro que contrastaba con su piel clara y su cabello rubio cuidadosamente peinado. Llevaba un ramo de girasoles en las manos… mis flores favoritas.

Contuve el aliento. No era una ilusión. No era un perfil falso. No era solo una voz al otro lado del teléfono. Era real. Y estaba ahí, por

— Hola, Cecil — dijo con una sonrisa que iluminó todo mi cuerpo — Soy William.

No supe qué decir en ese momento. Me sentía torpe, nerviosa, feliz, incrédula… tantas emociones juntas que apenas podía sostener a mi ahijada sin que me temblaran los brazos.

— ¡Qué gusto que pudiste venir! — respondí, intentando sonar natural. Lo observé de pies a cabeza, y no podía creer que ese hombre tan perfecto estuviera justo frente a mí. Era más guapo en persona, mucho más. Y sus ojos… sus ojos eran como promesas no dichas.

— ¿Ella es tu hija? — preguntó, señalando a Rosie.

— No, es mi ahijada — expliqué con una sonrisa — Se llama Ro-Hee, pero todos le decimos Rosie.

— Es preciosa — dijo mientras la pequeña atrapaba uno de sus dedos con sus manitas. Su ternura me desarmó. No solo era guapo, era atento, dulce. Tenía esa calidez que no se puede fingir.

En ese momento, Hera salió de la iglesia.

—Cecil, ¿me das a mi hija? Aún no le di de comer — dijo con una sonrisa.

— Claro — respondí, entregándole a la bebé.

— ¿Y él quién es? —preguntó mirándolo con curiosidad.

— William Stagliano. El chico con el que estuve hablando estos últimos meses — dije bajando la voz, aunque no podía ocultar la emoción.

— ¡Ah, existe! Pensé que era inventado, con eso de que decías que ningún hombre podía ser tan guapo… pero mira, aquí está. Bueno, los dejo solos — añadió en tono cómplice antes de retirarse.

William soltó una pequeña risa.

— ¿Ella es la mamá? Se ve muy joven.

— Tenemos la misma edad, solo que ella usa skincare coreano — bromeé, y él rió más fuerte

— Entonces… ¿piensas que soy guapo?

—Un poco —dije juguetona—. ¿Y tú? ¿Qué piensas de mí ahora que nos conocemos en persona?

— Que no he visto a una mujer tan hermosa como tú — susurró, inclinándose hacia mí — Y no solo eso, me encanta tu forma de ser. Eres divertida, intensa… diferente. No soy de asistir a bautizos, créeme, pero vine porque no quiero perderte. ¿Qué dices si después de esto nos vamos a tomar algo? —preguntó tomándome de la mano.

— La fiesta es en el salón del hotel —respondí, sintiendo mariposas en el estómago.

— Perfecto. Justo tengo una habitación aquí —dijo con una sonrisa ladeada que me hizo temblar.

El resto de la noche fue como sacada de un sueño. Bailamos todas las canciones que el DJ puso. Cada vez que sus manos tocaban mi cintura, mi piel se encendía. Su forma de moverse, su cercanía, su manera de mirarme como si no existiera nadie más en la habitación… me sentía flotando.

Cuando me acompañó hasta mi habitación, nuestras manos seguían entrelazadas. No quería dejarlo ir. Nos quedamos mirándonos por varios segundos, hasta que soltó mi mano solo para tomar mi rostro entre las suyas y besarme.

Su beso no fue suave. Fue apasionado, decidido. Me besó como si me hubiera estado esperando toda la vida. Su brazo me envolvió por la cintura, y su otra mano recorrió mi espalda lentamente, despertando cada rincón de mi cuerpo.

— William… — murmuré entre un suspiro, y él negó con la cabeza, alejándose apenas.

Cuando abrió los ojos, vi ese brillo. Deseo puro.

— Si quieres… podemos seguir divirtiéndonos — dijo con una sonrisa traviesa.

Miré a ambos lados. No había nadie. Mi corazón latía como loco, así que simplemente lo atraje hacia mí y cerré la puerta.

Y esa fue la primera de muchas noches. Nunca imaginé que ese encuentro sería el comienzo de una historia de amor intensa y apasionada. Él venía a verme cuando podía, o yo lo visitaba cuando viajaba por trabajo. Me enamoré de su forma de hablarme, de su paciencia, de la manera en que me hacía sentir como la única mujer del mundo.

Hace unos meses me pidió ser su novia. Y acepté sin pensarlo. Acordamos ser exclusivos. Yo no quería estar con nadie más, y él tampoco. Aunque sería una relación a distancia, apostamos y ganamos, de eso ya ha pasado más de un año.

Después de instalarme en el hotel, me permití tomar un baño profundo. Con William nunca se sabe… Podía terminar cenando en el restaurante más exclusivo de la ciudad o sobre la mesa de su escritorio, disfrutando de él, de su voz baja en mi oído mientras hacíamos el amor.

Busqué uno de los vestidos que él me había regalado. Era un diseño ajustado, elegante, con un escote discreto pero seductor. Me dejé el cabello suelto, como a él le gustaba, negro y largo hasta la cintura. Siempre decía que era como seda entre sus dedos. Me puse un poco de sombra para resaltar mis ojos verde olivo, y brillo en los labios. Nada más. “Eres más hermosa cuando no lo intentas”, solía decirme.

Estaba lista. Lista para sorprender al hombre que amo.

Llegué a Stagliano Motors, el lugar que tantas veces mencionó en sus historias. Me encantó apenas crucé la puerta: mármol blanco, detalles dorados, paredes de vidrio y arte moderno colgado por todos lados. El aire olía a poder, éxito… y dinero.

Me acerqué al escritorio de recepción, animada, con una gran sonrisa.

— ¡Buenos días! — dije con entusiasmo — Estoy buscando a William Stagliano.

La recepcionista levantó la vista con una expresión casi vacía.

— ¿Al señor William Stagliano?

Asentí con firmeza, emocionada.

— Él ya no trabaja aquí, se retiró hace más de cinco años.

Fruncí el ceño.

— Entonces debe ser su hijo… William también, tiene unos treinta años.

— Ah… ¿el señor Willy? — dijo con un tono algo despectivo.

¿Willy? Me sonó… extraño. Muy informal para alguien tan respetado.

— Él tampoco trabaja aquí — continuó — Ahora está en el edificio BCASS, a unas cuadras. Puede caminar si gusta.

— ¿BCASS? — pregunté, confundida.

— Sí, es su empresa.

¿Otra empresa? Cuando lo conocí, me dijo que era el CEO de esta. Que estaba tomando el legado de su padre. ¿Por qué no mencionó nunca BCASS?

— Disculpe, ¿no era él el CEO de aquí?

— Sí, lo fue por un tiempo cuando su padre se jubiló. Pero el nuevo CEO es el señor Alexander, hijo del otro socio fundador.

No dije nada más. Salí del edificio con una mezcla de duda y curiosidad latiendo en el pecho. Caminé las tres cuadras hasta llegar a un moderno edificio de cristal oscuro, con letras elegantes que decían BCASS Corp.

Entré. Todo en el lobby era impecable, como salido de una revista de diseño. Me acerqué a la recepción donde me atendió una señora mayor con cara de pocos amigos.

— Buenos días, estoy buscando a William Stagliano —dije con una sonrisa encantadora.

— ¿Tiene cita? —preguntó sin mirarme.

—No, pero si le dice mi nombre, estoy segura que me recibirá. Soy Cecil Jones.

— Lo lamento, señorita, sin cita no pueden atenderla —respondió con tono frío.

— ¿Podría al menos avisarle? Estoy segura que querrá verme — insistí, manteniendo mi voz suave.

— El señor Willy no está, pero le pasaré el mensaje a alguien que pueda atenderla — dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos — Puede tomar asiento.

— Gracias — respondí, aferrándome a la esperanza.

Pasaron diez largos minutos. Nadie venía. Miré a la recepcionista, quien apenas me dedicó una mirada aburrida. Respiré hondo y me giré hacia el sonido del ascensor que se abría.

Y entonces la vi.

De él bajó una mujer alta, segura de sí misma, elegantísima… y sorprendentemente parecida a mí. Como si alguien hubiera tomado mi rostro y le hubiera dado otra paleta de colores. Su piel era más clara, su cabello castaño con reflejos dorados y sus ojos… verdes, pero de un tono más claro. Más fríos. Como hielo.

— Hola — dijo con una sonrisa que parecía más de lástima que de cortesía — Me dijeron que estás buscando a Willy.

— Así es — respondí amablemente — Soy Cecil Jones, mucho gusto — dije extendiendo la mano — Vine hasta aquí para darle una sorpresa.

Ella aceptó mi mano sin entusiasmo.

— Soy Salomé Stagliano — dijo, poniendo un énfasis innecesario en el apellido — Mucho gusto.

Sentí que algo dentro de mí se tensaba.

— ¿Salomé… Stagliano? — repetí, aunque ya sabía que esa palabra iba a herirme.

— Así es — confirmó, cruzando los brazos — ¿Podrías explicarme por qué quieres sorprender a mi esposo?

La palabra esposo me golpeó como una bofetada.

— ¿Su… esposo? — pregunté, atónita.

Ella asintió. Con seguridad. Con elegancia. Con crueldad.

Mi mente se vació. Mi corazón se detuvo. Sentí que el piso se me iba. Las luces del lobby se volvieron borrosas, y lo último que escuché fue el eco de su apellido, repitiéndose una y otra vez en mi cabeza como una sentencia.

Stagliano. Su esposo. Su esposo. Su esposo.

Y luego, todo se volvió negro.

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