| Su sucio secreto |

POV Cecil 

En el baúl de los recuerdos….

— Estos han sido los mejores días de mi vida — dijo William, justo antes de besarme.

Aún puedo sentir el calor de sus labios sobre los míos, como una despedida dulce y dolorosa al mismo tiempo.

Mis padres nunca han sido tradicionales. Cuando les avisé que no volvería a casa, no pusieron objeciones. Así que William y yo nos quedamos cuatro días más en el hotel, después del bautizo. Cuatro días que se sintieron como un paréntesis mágico en mi vida.

Lo que más me sorprendió fue que no todo giró en torno al sexo — aunque sí, hubo deseo, mucha piel, mucha intensidad — Pero también hubo palabras. Charlas largas, de esas que solíamos tener por teléfono. Descubrí que nuestra conexión no solo sobrevivía al encuentro físico, sino que crecía. Todo se sentía natural, como si nos conociéramos de siempre. Como si nuestros silencios también fueran compatibles.

En el aeropuerto, tomé su mano. Entrelacé nuestros dedos con fuerza. Solo quería sentirlo mío un poco más, antes de que se fuera. Mi corazón empezó a latir rápido cuando lo sentí apretar mi mano, y luego besarla con ternura. Esos pequeños gestos eran los que me derretían. Me hacían olvidar mis inseguridades. Me hacían pensar que tal vez… solo tal vez… un hombre como él podía ver algo en mí.

— ¿Soy solo una aventura para ti? — me atreví a preguntar, sin adornos — ¿De verdad seguiremos hablando? ¿Nos volveremos a ver?

Él rió. Y aunque me molestó un poco, sabía que no era una burla.

— Deberías confiar en mí un poquito. No voy a mentirte, he tenido aventuras antes, muchas. Pero tú… tú me haces sentir algo que no sentía desde hace años. Desde que era casi un puberto.

— ¿Y pretendes que te crea? — crucé los brazos, pero no podía ocultar la sonrisa en mi mirada.

William se acercó, me envolvió en sus brazos y me atrajo hacia su cuerpo.

— Sí. Pero no con palabras. Te lo demostraré con hechos — me besó de nuevo — Te llamaré apenas llegue a casa. Te lo prometo.

No quería que se fuera. No importaba que solo hubieran sido unos días, sentía que se estaba llevando algo de mí. Algo que no sé si sabré recuperar.

— Buen viaje — le dije bajito, y comencé a caminar hacia la salida.

Pero antes de cruzar del todo, volteé. Él seguía ahí, de pie, mirándome. Nuestras miradas se encontraron y por un segundo me pareció que el tiempo se detenía. Me obligué a seguir caminando, aunque cada paso me dejaba un vacío más grande en el pecho.

Y de pronto, unos brazos me rodearon por detrás.

— Lo siento, pero antes de irme quiero un beso más — murmuró, y me besó como si el mundo fuera a acabarse. Sus labios tenían deseo, urgencia, hambre. Me colgué de su cuello porque era tan alto, y yo… tan pequeña a su lado. Nos besamos sin pudor, sin vergüenza. Ahí, en medio del aeropuerto. Como si fuéramos los únicos que existían.

— Te voy a extrañar, William. No juegues conmigo, por favor.

Él negó con la cabeza, serio por un instante.

— Yo también te voy a extrañar, Cecil. Y no voy a jugar contigo. Te lo prometo.

Menos de dos horas después me llamó. Hizo una videollamada desde el taxi, mostrándome el camino a su casa. Me contó la historia de la mansión donde vivía, mientras pasaban por una caseta de vigilancia. El taxista mencionó algo sobre la mansión Stagliano… no le di demasiada importancia. Solo lo observé cuando bajó a hablar con el guardia, tan seguro de sí mismo como siempre.

— Te prometí que te llamaría, y aquí estoy — dijo, sonriéndome — Ahora necesito dormir un poco para recuperar fuerzas.

— Está bien… esto es una prueba de que puedo confiar en ti. Será un camino largo.

— Estaré para ti el tiempo que tú me dejes estar. Confía en mí, preciosa — dijo mientras cerraba los ojos lentamente — Corta la llamada cuando te aburras de mi cara… o cuando empiece a babear.

Solté una risa suave, mientras él sonreía con ternura. Lo miré dormirse en la pantalla como una tonta, imaginando un futuro donde ya no tengamos que extrañarnos así. Donde esté al alcance de mi mano… y no del otro lado de una pantalla.

Actualidad 

— ¿Señorita, a dónde la llevo? — preguntó el taxista, sacándome de mis pensamientos.

— Al hotel ASM, por favor.

— ¿Al de Manhattan? — Asentí con la cabeza — Es un hotel de lujo — dijo, mirándome por el retrovisor.

— Ahí está hospedada una amiga — respondí con tranquilidad.

Sabía que William me había advertido que Nueva York no era tan segura como parecía, y algo en la manera en la que el taxista me miraba me puso un poco nerviosa.

— Lo lamento si la ofendí — agregó enseguida — solo que está vestida normal, y ahí solo he visto entrar a ejecutivos. No hay problema, puedo llevarla.

Asentí de nuevo, algo incómoda. Me deslicé un poco hacia la puerta, por si acaso. Tal vez solo estaba siendo paranoica, pero no podía evitarlo.

— No le pasará nada, señorita — dijo, como si hubiera leído mis pensamientos — Mientras avanzamos le iré diciendo por dónde estamos y, si quiere, puede poner el mapa.

— Muchas gracias — respondí con una media sonrisa — Me hizo sentir un poco de miedo, es que no soy de aquí.

— Se nota — contestó él con una sonrisa amable — Está bien que tenga miedo. Nueva York puede ser peligrosa.

Miré por la ventana, reconociendo algunas calles. Todo era tan diferente a mi ciudad, pero al mismo tiempo algo en este lugar me parecía familiar. Me atreví a hacerle una pregunta.

— ¿Dónde puedo encontrar mansiones por aquí? Todo se ve tan… apretado.

— A las afueras hay algunas — contestó —, pero es un área privada. Solo se entra con permiso.

Volví a mirar por la ventana en silencio unos segundos, hasta que no pude evitarlo.

— ¿Podría llevarme? A las mansiones, me refiero. Por supuesto le pagaré la diferencia.

— Puedo, pero como le dije, es privado. No nos dejarán entrar.

—Está bien… vamos igual, por favor.

El auto retomó su camino y, conforme nos alejábamos del centro, empecé a sentir un nudo en la garganta. Reconocía el camino. Era el mismo que William me había mostrado por videollamada, el que llevaba a su casa. 

“Nuestra casa”, pensé con ingenuidad, como si alguna parte de mí siguiera creyendo que algún día me invitaría allí.

Cerré los ojos. No quería llorar, no ahora. Pero la emoción se agolpaba en mi pecho. Me pregunto si como yo, hay o hubieron otras. Otras mujeres con las que engañó a su esposa, y ese pensamiento solo hace que me sienta peor.

Tuvieron que haber por qué aunque me duela admitirlo, no creo que se haya enamorado de mí. Simplemente estaba conmigo por qué se lo di todo fácil, pensé que había superado las equivocaciones que cometí en el pasado pero no, ahora me fue peor porque me enamoré. 

Tal vez solo necesitaba confirmar que todo era real. Que él realmente vivía allí. Que no me había mentido en todo. 

Finalmente, llegamos a una caseta de vigilancia. El taxi se detuvo y bajé del auto para hablar con el guardia.

— Hola. Estoy yendo a la mansión de los Stagliano — dije con una sonrisa, tratando de sonar segura.

El guardia me miró con escepticismo.

— ¿Cuál es su nombre? Tengo que comunicarme con ellos para dejarla pasar.

— Cecil Jones —respondí rápidamente — Pero por favor no llame, es una sorpresa para mi amigo.

Saqué el teléfono con manos temblorosas y le mostré unas fotos.

— Aquí estamos juntos, y aquí también… mire esta. — En una de ellas estábamos besándonos. El guardia la miró por un segundo y luego sonrió de lado, negando con la cabeza.

— Lo dejaré pasar — dijo finalmente — Pero si alguien le pregunta, diga que no había nadie en la caseta. Camine unos siete minutos en esa dirección. Es la primera casa. Al taxi no puedo dejarlo pasar.

— Gracias — le dije, aliviada, y regresé al auto.

— ¿Cree que pueda esperarme…?

— Valentino. Mi nombre es Valentino — respondió, asintiendo.

— Gracias, Valentino —dije suavemente.

Empecé a caminar por el sendero que me indicó el guardia, con el corazón latiendo tan fuerte que temí que todo Nueva York pudiera oírlo.

 El aire estaba denso, como si la ciudad se empeñara en hacerme más difícil cada paso. Llegué hasta unas rejas enormes, pero no se veía nada, así que continué bordeando la propiedad, empujada por una mezcla de coraje y tristeza. Finalmente, encontré lo que parecía ser el jardín trasero.

Recordé que William me dijo que su padre había mandado a construir esa casa para su madre, para que pudiera vivir cerca de sus hermanas. Y ahí estaba: una gran casa al centro y otras dos a los lados, casi idénticas, formando un triángulo perfecto. Una imagen familiar… y ahora tan ajena.

Estaba a punto de darme por vencida, de regresar sobre mis pasos, cuando vi que uno de los arbustos se movía. Me sobresalté, pensando que era un animal, pero entonces apareció una niña. Nuestros ojos se encontraron. Su cabello negro, sus grandes ojos azules… la reconocí de inmediato. Era Emma, la hija de William y Salomé.

Me agaché, intentando esconderme entre los arbustos, pero ya nos habíamos visto. Fue inevitable.

— ¿Emma, todo bien? — escuché su voz.

William. 

Temblé.

Era él.

Estaba aquí. Con su hija. Tal como Salomé me había dicho… que hablaría con él al salir de la casa de sus padres.

— Sí, aquí está la pelota. Solo… creo que vi a alguien — respondió la niña.

Escuché cómo sus pasos se alejaban. Me asomé apenas, por si acaso. Y ahí estaba. De pie, con Emma, y en sus brazos… una niña pequeña. Una bebé. La más chiquita. Otra hija. Salomé lo había dicho con una tranquilidad escalofriante: Emma era la mayor.

Ahí estaba toda la verdad. Tan clara. Tan dolorosa.

El hombre que me dijo que me amaba. Que me prometió un futuro. Que me hizo sentir segura. Tenía dos hijas con otra mujer. Con su esposa. Me había convertido en su amante, en su mentira, en su sucio secreto.

Apreté los dientes y aguanté el sollozo que me ahogaba. Me di media vuelta y empecé a correr.

Cuando llegué al auto, Valentino ya me esperaba en el taxi. Me subí rápido. No podía hablar. Solo podía llorar.

Él me miró por el retrovisor, sin decir nada. Yo seguía mirando por la ventana, secándome las lágrimas con la manga de la chaqueta.

— ¿Está bien, señorita? — preguntó suavemente.

Asentí con la cabeza, pero estaba rota por dentro.

Pensé en lo tonta que había sido. ¿De verdad creí que me iba a recibir con una sonrisa después de un mes sin vernos? ¿Que me diría “te extrañé” como si todo este tiempo hubiera sido real? ¿Cómo no vi las señales?

Yo quise creer. Me enamoré. Y me equivoqué.

Saqué mi celular, decidida a buscar un vuelo para irme ese mismo día. No podía quedarme en una ciudad donde lo único que había encontrado era una mentira.

Justo entonces, recibí un mensaje.

William:

Amor, ya estoy resolviendo mis problemas y si todo sale bien te veré el próximo fin de semana. Te extraño mucho, ¿por qué no me has llamado o mandado ningún mensaje hoy? No importa, debes estar ocupada. Te amo mucho, no lo olvides.

Me eché a reír entre lágrimas. Si no supiera lo que acababa de ver, ese mensaje me habría ilusionado. Me habría puesto nerviosa, con mariposas en el estómago.

Pero ya no.

— ¡William es un maldito mentiroso! — grité, con la voz rota.

Valentino frenó el auto, asustado.

— Lo siento… siga, por favor — dije mientras me limpiaba la cara con ambas manos.

Me juraste amor, William. Y ahora sé que no fui más que una sombra en tu doble vida.

Esto… esto jamás te lo voy a perdonar.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP