“Encadenados"

(Perspectiva de Nerya)

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El banquete era un hervidero de voces, risas huecas y miradas que ardían más que el vino en las copas. Me sentía sofocada. Desde que crucé las puertas del gran salón, la sensación de ser observada se había pegado a mi piel como una segunda sombra.

Boren me había seguido desde la entrada; su presencia era un fuego al que no sabía si acercarme o huir.

—No estás bailando —susurró a mi oído cuando me detuve junto a uno de los balcones del salón. Su voz era grave, un roce cálido que me recorrió la nuca.

—No estoy de humor.

Se rió, bajo y Ronco, y su aliento me erizó la piel. Sus dedos se deslizaron sobre mis caderas, trazando un gesto posesivo. Su toque encendió una alarma sorda en mi interior, pero tampoco lo rechacé del todo.

—Siempre estás tan tensa, Nerya. El deber no puede ser tu único compañero.

Me giré para enfrentarlo, y nuestras respiraciones se mezclaron. Su pecho firme rozó el mío, y sus labios bajaron apenas… a un suspiro de los míos. Su cercanía era intoxicante.

—Boren… —musité, mi voz atrapada entre un reproche y una súplica muda.

Sus manos me atrajeron con firmeza, tensándose con un deseo claro. Por un segundo, la tentación me nubló.

Pero un sonido, seco y distante. Un chasquido metálico. Un gemido apagado.

Me congelé.

—¿Oíste eso? —dije, rompiendo el momento.

—Probablemente otro ebrio arrastrándose por las sombras —replicó, molesto.

Pero yo ya me había apartado. Las risas del salón se volvieron más opacas, y el aire me pareció más denso. Vi a Milla y Kaen cerca de las mesas, vigilantes entre copas y carcajadas; Tarek conversaba con enviados del clan Dravak. Boren me seguía con la mirada, pero no hizo intento de detenerme.

El presentador continuaba anunciando a los clanes invitados con entusiasmo:

—¡Los Dravak, hijos del fuego, nacidos bajo la Luna Carmesí! ¡Los Virell, susurrantes, forjados en la Luna Nueva! ¡Los Fenral, errantes de la Luna Creciente! ¡Los Morthaal, malditos del Eclipse total! ¡Y los Kaelthorn, guardianes del este, nacidos bajo la Luna Llena!

Me abrí paso entre los corredores del Bastión, cada paso ayudándome a enfriar la sangre. La penumbra me abrazaba cuando giré un recodo… y lo vi.

Auren.

Seguía allí, encadenado al suelo. Sus muñecas estaban atadas y el rostro bañado en sombras. Su figura parecía demasiado quieta, demasiado elegante para estar en semejante situación.

—¿Te molesta la compañía? —dijo con voz áspera, acompañada de una media sonrisa torcida.

—No sabía que aún estabas aquí.

—Encadenado. Oscuridad. Soledad. Muy festivo todo.

—¿Cómo estás?

—Además de estar atado en un sótano con poca ventilación… he estado peor.

Di un par de pasos hacia él. La tenue luz de las antorchas reveló sus facciones marcadas, aunque algo pálidas. Pese a todo, mantenía esa arrogancia elegante que me exasperaba… y me intrigaba.

—¿Quién eres, Auren?

—Ya te lo dije: un desterrado.

—No pareces uno. No caminas como uno. No hablas como uno.

—¿Y tú? ¿Quién eres, Nerya?

Me detuve. No era una pregunta que soliera responder, pero algo en su tono —o quizá su soledad reflejada en sus ojos— me empujó a hacerlo.

—Del clan Kaelthorn. Guardianes del Este. Nacida bajo la luna llena.

Auren asintió lentamente, y por alguna razón continué.

—Mi madre… se enamoró de uno de los tuyos. Un Noctaryn. Nunca supe su nombre. Solo sé que cuando nací, ella ya había sido exiliada. Vivimos ocultas. Rechazadas.

La confesión se desgranó de mis labios como un secreto sellado por años. Mi voz se quebró apenas, pero no lo detuve. No podía detenerlo.

—Un día llegaron cazadores. Nos encontraron. Mi madre me salvó… y murió en el proceso.

—¿Y tú?

—Yo escapé. Sobreviví. Me crió una anciana del clan.

Auren me observó como si leyera un idioma que apenas comprendía. Un silencio tenso se instaló entre nosotros.

—¿Eres una híbrida? —preguntó, su voz apenas un murmullo.

—Sí.

No lo dije con orgullo, pero tampoco con vergüenza. Era lo que era.

—Eso… explica muchas cosas.

—¿Lo dices con asco? —desafié.

—Lo digo con respeto. No debe haber sido fácil.

Por un instante, su mirada bajó. Una sombra cruzó sus rasgos antes de que volviera a erguirse con la misma ironía que siempre.

—No repetiré lo que dijiste —murmuró—. Y no lo usaré en tu contra.

—Más te vale.

—Aunque, si lo hubiera sabido antes, tal vez habría intentado no dejar que me ataran.

—No seas dramático.

—¿Dramático? —sonrió con ironía—. Esto arruina por completo mi reputación.

No pude evitar reír, seca y breve. Una risa real. No éramos amigos, pero en ese momento… algo invisible pareció tensarse entre nosotros.

—Aún no somos amigos —advertí.

—Pero al menos ya sé tu luna.

Me acerqué un poco más, inclinándome hacia él.

—Y yo sé que mientes mejor de lo que finges humildad.

Sus ojos brillaron con un destello fugaz.

—Interesante —dijo, con esa sonrisa ligera e impenetrable.

Me enderecé, sacudiendo la tensión de mis hombros. Había contado demasiado. Estaba demasiado cerca.

—Debería volver al salón —murmuré, girándome.

—Gracias por hablar conmigo, loba de luna llena —murmuró detrás de mí.

—No repitas eso. No soy tu amiga.

—Aún no —susurró.

Estaba a punto de irme cuando su voz me detuvo de golpe.

—¡Espera! ¿Hueles eso? —dijo Auren, su mirada alerta, moviéndose como un animal acorralado.

Fruncí el ceño, tensándome. Inhalé hondo… y lo sentí. Un olor metálico, denso y corrupto. No era vino ni sudor humano.

—Son los Morthaal —susurré.

El corazón se me aceleró. No lo pensé. Salí corriendo por los pasillos, guiada solo por el instinto.

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