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Miré por la ventana de mi habitación; el sol resplandecía con fuerza, bañando todo con su cálida luz. Volví la mirada a mi lado y ahí estaba Giorgio, su cuerpo desnudo se fundía con las sábanas, fuerte y perfecto. Aunque en su forma animal era imponente, así, humano, sexy y salvaje, era un pecado para la vista.

—Deberías dejar de mirarme, o volveré a hacerte mía —murmuró con voz ronca, sin siquiera abrir los ojos.

Sonreí y me apoyé sobre un codo.

—¿Cómo sabes que te estoy mirando? —pregunté con curiosidad.

Sus párpados se alzaron lentamente, revelando esos ojos color chocolate que parecían derretirme por dentro.

—Puedo sentirlo —susurró con una sonrisa torcida.

Me acerqué y dejé un beso en su mandíbula, saboreando su calor.

—Hoy saldremos a pasear —le anuncié con dulzura.

—No. Quiero quedarme aquí y hacerte el amor unas cinco veces más —respondió, al tiempo que me rodeaba con sus brazos.

Solté una risita y le di un ligero golpe en el pecho antes de apartarme. ¿Acaso creía que yo era s
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