Habían pasado varios días desde aquel horroroso incidente, y aún no podía sacar de mi mente la imagen de aquella pobre chica tirada en el suelo, sin vida. Me sentía atrapada en la cama, como si mi cuerpo estuviera pegado a ella, como si mis ganas de vivir se hubieran hundido en el colchón junto con mi alma marchita.
La puerta de la habitación se abrió, y Giorgio entró con una bandeja en las manos. Se acercó y se sentó en la orilla de la cama, observándome antes de colocar la bandeja sobre la pequeña mesa de noche.
—Tienes que levantarte. El abogado llamó, ya tiene todos los papeles listos para que los firmes —dijo con un tono firme.
Me incorporé lentamente y lo miré a los ojos con frialdad.
—No le daré nada de lo que me pertenece.
Giorgio suspiró con exasperación y se puso de pie.
—Te vas a divorciar. Si tanto te preocupa el dinero, ya te he dicho que yo te daré la cantidad que le corresponde a él.
Su respuesta me indignó. No era el dinero lo que me importaba. Entregarle a Pietro part