Raymond apretó los dientes, la mandíbula marcada de furia y humillación.
Pensó en Malahia, en su manada. En lo que dirían al verlo marcado por una loba lunar. Sería una calamidad, una vergüenza que mancharía su nombre para siempre.
—No… —jadeó él—. Eso sería… valer estiércol.
Ayseli lo miró con sorpresa.
—¿¡Y entonces por qué me marcaste a mí!? —gritó furiosa, con los ojos llorosos por los insultos de ese cruel macho.
Alfa Raymond desvío la mirada con desprecio.
—Fue… un impulso salvaje. Y de todos modos, es como si fueras mi esclava. Morirás… así que da igual.
Ella lo fulminó con la mirada, el pecho subiendo y bajando con violencia.
—¿Y qué pasará cuando yo cumpla mi propósito? ¿Cuando muera? Quedarás marcado por mí. Por una loba lunar. Y eso te repugna, ¿no?
Raymond cerró los ojos un segundo. El silencio se volvió insoportable… ¡Ella tenía razón!
Ayseli dio media vuelta, con su cabello blanco ondeando con el viento. Caminó hacia la salida de la torre.
—Entonces muere