El valle congelado seguía respirando un silencio casi sagrado cuando Lyra se puso nuevamente en movimiento. Aquella primera loba liberada por Kariane había sido solo el inicio. Cada cuerpo atrapado bajo el hielo parecía un recuerdo estático de una guerra detenida a la mitad, como si el tiempo se hubiera quebrado justo en el instante exacto para evitar una tragedia mayor. Pero entre las figuras heladas, entre las miradas petrificadas, Lyra sintió la misma vibración que había percibido en sueños: un eco de dolor, encierro… y súplica. La loba blanca estaba cerca. Draven y Alaric la siguieron sin necesidad de que dijera una sola palabra, sus pasos seguros en la nieve que Kariane iba derritiendo lentamente. Selene caminaba al lado de Lyra con pasos cautelosos, con la espalda todavía adolorida y el alma aún más, pero con un pulso firme de decisión que no tenía la noche anterior.
Habían liberado a cinco guerreros más cuando Lyra sintió el cambio. No era un sonido, ni un olor, ni un temblor.