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CAPITULO 5 💙LA INVITACIÓN💙

AMELIE APAPI. 

─── ∙ ~εïз~ ∙ ───

La oscuridad me envuelve como una segunda piel. No es solo la noche. Es el silencio después del grito, el aire espeso que sabe a miedo y a algo más: a cambio. Giro sobre la cama y el dolor me golpea en la mejilla. La toco, la piel está hinchada, caliente. Un relieve marcado con dedos que no tuvieron dudas.

—Ya lo recuerdo todo.

Me incorporo. El cuerpo me pesa, pero no por el sueño. Por la memoria. Mi padre nunca me había puesto una mano encima, hoy lo hizo y no fue el primer aviso solo el más claro, ya perdí la cuenta de cuántas veces me ha repetido lo que pasará si ningún noble me desposa antes de cumplir veinte años, como si mi vida fuera una deuda que pagar.

Me paso las manos por el cabello con fuerza, a veces quisiera arrancarlo de raíz. Como si con hacer eso pudiera arrancar también el nudo en el estómago. Solo consigo enredarlo más, convertirlo en un desastre que me cae sobre los hombros como una cadena que no elegí.

—No sé por qué tengo el cabello largo, a mí no me gusta y me parece algo tan incómodo —bufe molesta.

Me levanto. Cruzo la habitación. El frío del suelo me sube por los pies descalzos, pero no me detengo. Me planto frente al tocador y el espejo no miente, lo que veo no es mi rostro, es el de una prisionera bien vestida. Ojos bajos, postura doblegada, mejilla marcada. Esa de allí no soy yo. Es la chica que obedeció demasiado tiempo.

Abro el alajero de mi madre. Huelo su perfume aún, como un fantasma atrapado en seda. Busco entre cosas olvidadas y encuentro lo que necesito: la pequeña daga antigua de mi madre, su filo ya gastado pero aún afilado. La sostengo. Pesa menos de lo que esperaba pero en mis manos, se siente como un acto de liberación.

—Amelie. Es ahora, o nunca —respiro. Hondo, una vez, dos y siento el aire llenar mis pulmones, el corazón golpear contra las costillas. Sé que esto no tiene vuelta atrás.

—Muy bien, Amelie. Solo cierra los ojos y hazlo ya. Solo cuenta hasta tres.

No cuento, no dudo, tomo mi cabello con una mano, lo estiro sobre mi hombro. Lo pongo al filo de la daga y corto.

Un mechón cea, luego otro, y otro más. El metal se desliza como si ya supiera lo que tenía que hacer. El cabello se acumula a mis pies como hojas muertas. Me miro al espejo, la chica que me devuelve la mirada tiene el rostro marcado, el cuello descubierto, el pelo desigual, atevido... pero sus ojos están despiertos. Por primera vez en años.

—Cuando mi padre me vea dirá que definitivamente perdí el juicio —río, imaginando la cara que el vizconde Apafi pondrá al verme con el cabello corto. Paso los dedos por mi mejilla, aún inflamada—. Prefiero morir antes que someterme a la voluntad y capricho de un hombre. ¿Por qué tiene que ser así?

Me acerco a la ventana. El cielo es un abismo negro, sin luna, sin nubes. Solo estrellas pequeñas, frías, como ojos que observan. Recuerdo las leyendas que mi madre me contaba: criaturas de extrañas habilidades sobrenaturales que solo merodean en noches tan negras como esta. Algunas encantan, otras devoran y otras simplemente desaparecen, libres.

Mis párpados pesan. El cuerpo cede, me dejo caer en la cama el sueño llega sin pedir permiso, pero esta vez no es huida, es descanso, porque por primera vez, yo decido.

──𖥸──

DORIAN VON MUNTEAN

DUQUE DE BUCOVINA.

─── ∙ ~εïз~ ∙ ───

La voz de Sebastian corta el silencio antes de que mis botas terminen de cruzar el umbral.

—Lord Dorian, uno de los miembros más importantes de nuestro consejo de vampiros.

Baja la mirada. Como si eso borrara el desprecio que huele en el aire, lo conozco a todos los conozco, este salón, con sus paredes cubiertas de madera oscura y sus candelabros que parpadean como ojos cansados, siempre huele igual: a cera vieja, a poder podrido, a miedo disfrazado de formalidad.

—Sebastian —digo, sin quitarme la capa—, cada vez que vengo aquí es para recibir alguna queja...

—Si tus desadaptados hermanos respetaran las reglas, tú mi estimado duque, no estarías aquí tan seguido.

La voz viene de arriba. Lenta, dulce y venenosa.

Victoria.

La oigo antes de verla. Sus pasos bajan la escalera con esa gracia que ensaya frente al espejo, como si cada movimiento tuviera un público. El vestido púrpura se desliza tras ella como una sombra que no quiere soltarla. Su cabello rojo brilla bajo la luz, demasiado perfecto, demasiado calculado.

Sebastian y yo inclinamos la cabeza cuando llega al último escalón. No por respeto, por protocolo, porque si no lo hago, mañana será peor.

—Victoria, querida prima —digo, tomando su mano fría. La beso, siento el pulso bajo la piel. Lento, controlado, como el de un depredador que espera.

—Aunque tú no es que seas el mejor ejemplo para tus hermanos —sisea—, mira que unirte a una insípida humana es vulgar para nuestra estirpe. Mezclarse con criaturas tan ordinarias como los humanos.

Cierro el puño dentro de la manga. No lo notan, no lo notan porque no quieren verlo, porque prefieren creer que soy blando, que soy débil y que no sé lo que dicen cuando no estoy.

—Vine en cuanto me fue posible, querida prima —respondo, con una sonrisa que no siento—. Asumo que hacerme venir de tan lejos es por algo de suma importancia, ¿no es así?

Sus ojos se entrecierran. No le gusta que no muestre rabia. Quiere una reacción, no la tendrá.

—Así es, Dorian —dice, y su voz se vacía de todo tono—, el asunto por el cual te llamé aquí es delicado. Acompáñame, este no es lugar para tratar estos temas.

La sigo. El pasillo huele a humedad y a libros cerrados demasiado tiempo. Entramos en la biblioteca. Los estantes llegan hasta el techo, cargados de volúmenes que nadie abre. El ventanal muestra el mar al fondo, negro, inmenso, como si respirara con el mismo ritmo que yo. Victoria se detiene frente al escritorio, toma una carta. Me la entrega.

Miro el sobre. El sello de lacre está roto, pero reconozco el emblema: tres círculos entrelazados. Luz Eterna. Siento un nudo en el estómago, no por miedo, por certeza ya sé lo que viene.

—¿Qué es esto? —pregunto, sin levantar la vista.

—Un llamado de atención, querido primo —responde, con una sonrisa que no llega a los ojos—. Ya sabes lo que dice.

—¿Advertencia? —arqueo una ceja. No por desconcierto, por desafío.

Victoria asiente.

—Dorian, el apellido Von Muntean es la vergüenza de todas las castas —dice, cruzándose de brazos—, no hay un solo clan que no se queje del comportamiento del clan de las Lunas Azules. El consejo duda en siquiera considerarnos como los siguientes sucesores. Por orden, sabes la vergüenza que es para nuestro apellido y nuestro clan que algo así pase y todo por culpa de tus hermanos, en especial del más joven, ya no es un crío. Su deber es asumir lo que es, es un peligro para él y para los humanos, su irracional abstinencia.

Camino hacia el ventanal. Apoyo la frente en el cristal. Está frío, como mis pensamientos, como mi sangre cuando pienso en Lucien. En su mirada clara, en su voz suave, en cómo rechaza lo que somos sin odiarlo. No es debilidad, es elección y yo no lo obligaré forzosamente.

—Lucien eligió no consumir sangre humana —digo, sin volver a darle la cara—, y aunque no estoy de acuerdo en su decisión, yo no puedo obligarle. Tú lo has dicho: no es un chiquillo, Victoria.

—Es solo un mocoso pacifista —grita—. Es nuestra manera de sobrevivir y preservar nuestra existencia. ¿Qué esperas?

Me giro. Está de pie, rígida, como si cada hueso en su cuerpo estuviera apuntando hacia mí.

—Está consciente de eso —respondo—, yo confío en él.

Ella suelta una carcajada. Aguda. Falsa, como el sonido de un cuchillo raspando cristal.

—No me hagas reír, Dorian —dice—, eso no lo crees ni tú mismo sabes lo que pienso. No confías en tu pequeño hermano, temes que un día su sed de sangre los delate y Luz Eterna tome acciones en contra de todos, ya ha pasado y sabes que el consejo no se medirá, exterminaría a cualquiera que sea un peligro para nuestra existencia. Tenemos mucho tiempo ocultos entre las personas. Y tú y yo sabemos que Luz Eterna no dudará en exterminar a quienes arruinen ese equilibrio.

Cierro los ojos. Veo a Lucien. Veo a mi hermano, Veo a ella, mi humana, durmiendo en mi casa, ajena a esta guerra de nombres y títulos. No permitiré que la toquen.

—Hablas con tanta seguridad de lo que sucederá —digo—, hasta parece que te generase placer el que Luz Eterna actúe en contra de nuestra familia.

—Si solo fueras tú y tus desadaptados hermanos y la humana que tienes por compañera —dice, bajando la voz—, yo estaría feliz con verlos perecer, Dorian. Pero da la casualidad de que Luz Eterna no tomará acciones con unos pocos. Si no que el castigo será la erradicación de todo el clan de las Lunas Azules.

Abro el sobre, desdoblo la hoja. La letra es fría, impersonal:

Estimada y distinguida familia Von Muntean, Luz Eterna tiene el deber de proteger y procurar el bien de nuestra especie. Por respeto a su honorable clan, estamos en el deber de manifestar la preocupación que nos genera la negativa de uno de sus miembros al ritual de su primera muerte. Los miembros de Luz Eterna temen a un colapso de abstinencia. De presentarse algún inconveniente, el consejo actuará para erradicar el problema.

Doblo la hoja. La guardo. Siento el papel crujir entre mis dedos. Como si fuera ceniza.

—Siento que tú tienes algo que ver en todo esto —digo, mirándola fijo—. Aunque lo niegues, de nada te servirá. A ti no te importa lo que le ocurra a Luna Azul. Únicamente estás asustada porque la respuesta del consejo también te afecta a ti. No lo esperabas.

—Tú insinúas qué yo...

—No, Victoria —la corto—, a diferencia de ti, te lo digo de frente. No soy un miserable como tú. Sé que eres una criatura sin sentimientos y llena de ambición. Sabes que el siguiente en asumir el liderazgo del consejo podría ser cualquiera en nuestra familia y tú enlodaste el nombre de mis hermanos y el mío propio ante los miembros del consejo. Lo hiciste porque sabes que tenemos más oportunidades que tú de ascender.

—Eres un mentiroso, ¿de dónde sacas que yo...?

—Ya es suficiente —digo, caminando hacia la puerta—, no te molestes en mantener tu pantomima de la familia preocupada. No te queda, ya me voy, no quiero estar junto a semejante escoria.

No miro atrás. Sé que está temblando, no de ira, de impotencia porque hoy, por primera vez, no fue ella quien marcó el ritmo,

hoy fui yo quien se fue

Y no volveré por invitación.

──𖥸──

LUCIEN VON MUNTEAN.

─── ∙ ~εïз~ ∙ ───

Abro los ojos y lo primero que siento es el sabor metálico en la boca. No es sangre. Es hambre. Pura, seca, me duele la cabeza como si me la hubieran partido al medio. La noche fue larga. Demasiado, me quedé dormido con los ojos abiertos, con el cuerpo tenso, con el pulso lento, como si la sangre se hubiera olvidado del endemoniado ardor de la noche anterior.

—Siento como si alguien me hubiera retirado toda la energía.

Me levanto. Trastabillo, me agarro del borde de la cama. No caigo el segundo paso ya es firme, no voy a darle a este lugar el gusto de verme arrastrar, no tengo ánimos, ni fuerza. Pero sé lo que necesito, lo que siempre necesito. Sangre, pero no humana. No puedo, ni quiero hacerlo. Tal vez la de un ciervo, no solucionará nada a largo plazo, pero será mejor que nada.

Me aseo, me visto y salgo de mi habitación. El pasillo está oscuro, las paredes frías, el aire quieto. No hay ruido. Solo mis pasos. Conozco cada rincón de este maldito castillo, cada grieta, cada crujido al pie de la escalera encuentro a uno de mis hermanos hablando con una de las mozas del castillo. Loan. Tiene esa sonrisa de depredador que no necesita cazar para sentirse poderoso. En cuanto me ve, la ignora, como si nunca hubiera estado allí.

—Buenos días, Lucien —dice—, ya Jasper me comentó del pequeño colapso de anoche —“comentó el burlesco rubio con fingida preocupación por su hermano menor”—, pero no te preocupes eso pasa a todos los críos que nunca han bebido el dulce y tibio nectar carmesí que soluciona todos nuestros problemas.

Sigo de largo. Ignoro la ironía de mi mellizo. Su sarcasmo no arruinará mi día. Es un tipo que vive de las migajas del drama ajeno. Loan camina tras de mí.

—¿A dónde vas pequeño hermano? —pregunta—, detente alguien te envío una carta y por su aroma a rosas intuyo que es de una mujer.

Me detengo. Rosas, nadie me escribe, mucho menos con perfume.

—Bromeas ¿No? —me vuelvo, encarando a mi hermano. No entiendo. No me interesa ninguna mujer y ninguna se me acerca—, no estoy para tus tonterías.

—Pues no bromeo pequeño idiota, hace algunos minutos atrás te llegó una carta sin remitente.

Muestra el sobre, alzando la mano. Me acerco, toma el papel entre sus dedos, como si fuera un premio. No me lo entrega, quiere el espectáculo.

—Dámela —digo.

—¿Y si no quiero? —pregunta, dándole vueltas—. ¿Y si es algo vergonzoso? O peor: algo romántico. Eso sí que arruinaría tu imagen de mártir aburrido.

Este imbécil disfruta cada segundo. —Si no me la das ahora —respondo—, te despiertas mañana con ella clavada en la frente.

—Ay, qué miedo —dice, fingiendo temblar—. El hermano santo me amenaza con violencia. ¿Y qué diría mamá?

—Mamá está muerta —respondo—, y si estuviera viva, te daría una bofetada por perder el tiempo así.

Me la entrega. La tomo, está arrugada. Por su culpa. Me marcho sin decir nada más, subo de nuevo las escaleras con la carta en la mano, llego sin darme cuenta a mi habitación, me siento en el mullido colchón cubierto de sábanas color olivo.

Miro el sobre en mis manos. Huele a rosas, dulce, falso. Lo odio de inmediato, no tiene remitente, pero la caligrafía es prolija. El sello de lacre solo tiene una rosa, nada más.

Rasgo el sello, saco la hoja, la desdoblo. También huele a rosas.

(Lord Lucien le espero mañana a primera hora en el bosque Băneasa, por favor no falte de aquel encuentro dependerá mi futuro atte Amelie Apafí).

Doblo la hoja. La guardo.

—¿Qué querrá ahora lady líos? —me cuestiono, poniéndome de pie.

Camino hasta mi escritorio. Allí hay un pequeño broche de cabello en forma de gota, cubierto de pequeños cristales, olvidé entregarselo a su dueña.

—Amelie Apafí.

Susurro con aquel broche en mis manos.

Cada que veo a esa chica termino metido en unas situaciones extrañas por no decir otra cosa.

Definitivamente Amelie Apafí no es como otras nobles. No me importa si me espera con ansias o con desprecio. No voy por ella. No voy por su futuro. Voy porque si una chica que odia las formalidades me cita con sello de rosa y aroma a perfume de novela barata, entonces algo interesante está por pasar. Y si hay algo que no quiero perderme, es ver a Amelie Apafí fingiendo ser una dama de salón. Aunque, quién sabe, tal vez hoy sí lo crea.

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