Dominic Ivankov

Yuri se mantuvo en silencio por un instante. Me miró como si viera algo que nunca había visto antes en mí. Como si no supiera, si debía hablar o guardar la distancia.

—Entiendo ¿Necesitas algo? —preguntó al ver que seguía mirándolo.

—Sí. —pronuncié con la voz más fría que una bala de plomo—. Quiero a todos fuera del pasillo. Nadie entra. Nadie mira. Nadie respira cerca de esta puerta.

Yuri asintió, pero no se fue de inmediato.

—¿Todos? —preguntó, con una ceja apenas levantada.

—Todos. Sin excepción —Di un paso hacia él, lo suficientemente cerca para que lo entendiera sin tener que alzar la voz—. Si alguien necesita pasar por aquí, que se largue al infierno primero. Médicos, guardias, cocineros… hasta los malditos ratones. No quiero ni el eco de una voz cerca.

—Entendido.

Iba a irse, pero lo detuve con una última frase que se me escapó sin pensar. O tal vez sí lo pensé… demasiado.

—Ella es mía, mi asunto y no quiero que nadie se interponga.

El silencio cayó como una pi