ElizavetaMe estremezco, sintiendo cómo cada parte de mi identidad se desmorona. Los lentes de contacto grises habían sido mi escudo, mi máscara. Ahora, expuesta, me siento desnuda bajo su mirada despiadada.—Tus ojos... —continúa, su voz mezclada con disgusto y fascinación—. El único rastro de tu verdadero origen. De tu madre… de esa sangre que pensé que te haría especial… pero no, no tienes el carácter de ella, porque eres débil.Sus palabras me golpean con más fuerza que sus puños. ¿Mi madre? Nunca antes la había mencionado. Siempre fue un tema prohibido.El silencio que sigue es ensordecedor. Siento que el mundo se desmorona a mi alrededor, cada certeza que alguna vez tuve se desvanece como humo.—Pero no te preocupes —dice, volviéndose hacia mí con una sonrisa que me hiela la sangre—. No voy a continuar con este error. Todo esto lo tienes merecido, por haber liberado a los italianos.—Yo... yo solo quería... —balbuceo, pero él me silencia con una bofetada que hace estallar estre
DanteEl agua me golpeó la cara como un puñetazo. Me despierto de golpe, con el frío salpicando mi rostro.—¡¿Qué mierda?! —exclamé saltando de la cama antes de abrir los ojos, el instinto de estar años alerta me hizo reaccionar. Y cuando los abrí, allí estaban ellos, ¡Mis padres! Quienes me miraban con una mezcla de rabia y decepción.Mi madre, con las manos en la cintura y una expresión de tristeza grabada en su rostro, sus ojos inyectados en una rabia que nunca le había visto. Y él, mi padre, con esa mirada de hielo con la que los había visto mirar a sus enemigos.—¡Dante, levántate ya! —su voz corta el aire, aguda y cargada de reproche.Me siento en la cama, con la cabeza dándome vueltas. Mi habitación es un desastre, botellas vacías esparcidas por el suelo, la ventana abierta dejando entrar el frío. No sé cuánto tiempo llevo así, pero el reloj en la mesita de noche indica que es tarde.Mi padre se acerca y me levanta por el cuello, su agarre fuerte y doloroso.—¿Qué haces, papá?
Dante—Yo… —Si fui brusco, pero ella también lo disfrutó, pensé—, fue voluntario, ella me dejó… —expresé con vergüenza—, pero no fui gentil y… era su primera vez —¿Entonces qué carajos te pasó por la cabeza? —gritó, lanzándome una carpeta que había traído consigo contra mi pecho—. ¡Esa niña los ayudó a escapar! ¡Y tú la entregaste como un cerdo al matadero! ¿Y de paso te la follaste? ¡Me avergüenzo que seas mi hijo!Espetó, mientras las fotos se esparcieron por el suelo. Vi a Elizaveta. Atada. Golpeada. Con los ojos vidriosos de dolor. —Ella es una Petrov —musité, pero hasta a mí me sonó falso—. Nos traicionó... —¡MENTIRA! Su puño impactó contra la pared a centímetros de mi cara. El yeso se resquebrajó. —Ve lo que le están haciendo los Petrov ¡Torturándola! Hace días recibí una llamada de Piero Ferrer —dijo, conteniendo la furia—. Quería que recibiera y protegiera a su hija Verónica... venía a buscar a una amiga, no me dijo quién era esa amiga, pero yo investigué y resulta q
Advertencia: Es romance oscuro que se caracteriza por tratar temas intensos y sombríos en el contexto de una relación romántica. Aquí son malos los mafiosos, no se arrastran ante la mujer y tienen pocos gestos romántico. Demuestran su amor a lo bruto. Si no les gusta este tipo de historia por favor no sigan leyendo. Capítulo 1. Dominic King. El aire en la habitación estaba cargado, impregnado con el aroma metálico del cuchillo que recién había afilado y que ahora descansaba sobre la mesa. La luz de la vieja lámpara parecía temblar, proyectando sombras que parecían bailar al compás del sonido repetitivo de mi yesquero, que encendía y apagaba, producto de mi inquietud. Sentado frente a mí, mi tío Salvatore me observaba con esa mirada de acero que había aprendido a odiar y temer desde que era un niño. Siento la tensión como una bestia viva entre nosotros. Mi mano juega con el encendedor, la llama efímera arroja sombras danzantes sobre las paredes de la mansión que parecen cerrarse
Dominic Luego de aterrizar ese mismo día en la ciudad de Nueva York, el cambio para mi es radical, de la tranquilidad de mi mansión en Rusia, a la vibrante marea de luz y color de un desfile de moda en Nueva York.La primera fila es un escenario propio, donde cada gesto es observado, cada expresión analizada. Pero nadie puede leerme. Mi rostro es una máscara de serenidad inescrutable, un contraste gritante a la oscuridad que dejé tras las puertas de mi fortaleza ancestral.Sentado allí, rodeado de la elite, las cámaras y las sonrisas fabricadas, puedo sentir cómo se diluye cualquier vestigio de duda. El ruido, el bullicio, la superficialidad del glamour... Nada toca la esencia de lo que soy. Soy un depredador vestido de etiqueta, un lobo entre ovejas, y sin importar cuánto brille el mundo a mi alrededor, mi naturaleza oscura no se ve afectada."Adaptabilidad," pienso, mientras mis ojos recorren la pasarela. Esta habilidad para camuflarme entre las facetas de la sociedad es tanto mi a
Trina QuinteroEl último paso resonó como un eco en la pasarela, y con él, el tumulto de aplausos que marcaba el final de mi desempeño. La adrenalina aún latía por mis venas como una melodía frenética, mientras las luces me cegaban y los flashes capturaban cada instante fugaz de gloria. De pronto, alguien se acercó y me entregó un ramo de rosas; lo sujeté con fuerza. Las flores eran hermosas, de un rojo tan profundo que parecía beber la luz a su alrededor.Al leer la tarjeta, sentí cómo una leve corriente eléctrica recorrió mi piel."Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro. Dominic Ivankov."—Dominic Ivankov, —murmuré para mí, dejando que el nombre se repitiera en mi mente. Mi corazón, ya acelerado, saltó un compás.Nerviosa, dejé atrás el fulgor y comencé a caminar hacia el caos de bastidores, donde cada sombra parecía susurrar su nombre.Había algo en ese nombre que se sentía vagamente familiar, como si lo hubiese escuchado antes en un contexto que no lograba recordar.
Al escuchar sus palabras, sentí como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Las palabras de Dante resonaban en mi cabeza, mezclándose con recuerdos borrosos de un niño de ojos amables y sonrisa reconfortante.Me dejé caer en la silla, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor. Las imágenes de aquel día, enterradas en lo más profundo de mi memoria, comenzaron a surgir como fantasmas del pasado.—No puede ser —murmuré, cerrando los ojos con fuerza—. Él me salvó... y yo... yo ni siquiera...—No es tu culpa, Trina —dijo Izan, su voz suave pero firme—. Eras solo una niña.Izan se acercó, arrodillándose frente a mí. Sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, estaban llenos de preocupación.—Lo siento, hermanita. No queríamos que cargaras con ese peso.Asentí mecánicamente, incapaz de procesar completamente la información. Mi mente vagaba entre el shock de la noticia, sentía mi corazón adolorido, como si alguien le hubiese asestado una gran herida. Pese a ello, me armé de valor,
Dominic King.La gala benéfica era todo lo que había esperado: lujo excesivo, conversaciones triviales y la fachada cuidadosamente construida de personas que jugaban a ser altruistas mientras escondían sus verdaderos intereses. Me ajusté el moño del smoking, sintiendo el peso del Rolex en mi muñeca. Cada detalle de mi apariencia había sido cuidadosamente calculado para proyectar poder y sofisticación. Era una máscara perfecta para ocultar al depredador que acechaba debajo.Mis ojos recorrieron la sala, evaluando a cada persona presente. Políticos, celebridades, magnates... todos ellos peones en un tablero mucho más grande. Pero solo había una pieza que realmente me interesaba esta noche.Caminé entre la multitud, mi mirada evaluando cada movimiento, cada sonrisa, aunque solo la buscaba a ella.Trina Quintero Armone. Su nombre era un eco constante en mi mente, una melodía que oscilaba entre la obsesión y el desprecio. Me aseguré de que estuviera invitada, es que me encargué de que le