Narrador omnisciente:Parada en la acera, frente al banco del que acababa de salir, Marina, vestida y peinada exactamente como su hermana Maite, giró sobre sus tacones con una sonrisa de triunfo. En la mano sostenía un grueso fajo de billetes de cien euros. Lo alzó con una lentitud teatral y lo acercó a su rostro, inhalando su aroma como si fuese perfume de diseñador. Cerró los ojos, exhaló con placer, y murmuró con esa mezcla de cinismo y envidia que le atravesaba el alma:—Ay, hermana… si pudiera quedarme con esta vida tuya en absoluto, lo haría sin pensarlo.El sol le acariciaba el rostro, la brisa movía con suavidad el cabello de su peluca perfectamente alisado, y durante un instante se sintió invencible. Hasta que desde el fondo de su bolso, oculto tras su billetera y un paquete de chicles, vibró el celular. Al ver el nombre en la pantalla, la sonrisa se le esfumó.“Yannis”. Ese malnacido que la había sacado de prisión, pagando su fianza … ahora la llamaba.Rodó los ojos con f
Narrador omnisciente:Dentro de la cabina de la camioneta en la que viajaba con Alexandros, Marina temblaba; y tenía los nudillos tan blancos que parecían de mármol. Pues Alexandros no dejaba de decirle cosas hirientes y llevaba más de veinte minutos contándole sobre lo patética que ella le parecía.—¿De verdad pensaste que podías engañarme? —murmuró, sin siquiera mirarla—. Únicamente fuiste una herramienta útil… y desechable. El día que entraste a mi vida solo vi la oportunidad de utilizarte para deshacerme de Vittorio. Nada más. Marina tragó saliva, sintiendo la humillación arderle bajo la piel.—¿Y ella… qué es para ti? —se atrevió a preguntar, con la voz hecha añicos.Alexandros dejó escapar una risa seca.—Maite, es todo lo que tú no has sido ni serás. Ella me hizo sentirlo todo: la calma, el deseo, la culpa, el miedo a perder. Contigo, jamás sentí nada que no fuera fastidio.Se inclinó apenas, como si confiara un secreto.—Aquel día, cuando creíste engañarme obligándola a ir
Narrador omnisciente:Alexandros la observó, profundamente respirando.—Llévense a esa escoria lejos de aquí.Los guardias arrastraron a Yannis.Maite alzó la vista. —Pensé… pensé que no vendrías —susurró.Él rozó su mejilla con los dedos manchados de polvo de pólvora. —Siempre vendré. Recuérdalo eres mi vida, y sin ti sería un cascarón vacío.En el pent‑house.—¡MAMÁ! —gritaron los niños, apenas Maite cruzó el umbral de la puerta.Gianna y Gael se estrellaron contra su falda como si pretendieran soldarse a ella. Maite los alzó cuanto pudo, sollozando sobre sus cabecitas; luego extendió un brazo para abarcar también a Damián.Damián agarró el rostro cansado y ojeroso de su hija, acariciando sus mejillas, mientras sus propias lágrimas se derramaban.—Perdóname, hija. No sabía que Marina podía imitarte. Me dejé engañar por ella y no sé por cuanto tiempo —murmuró el padre con la voz cansada—. Si tan solo… me hubiera dado cuenta antes, quizás no habrías sufrido tanto, hasta dudé cuando
POV Maite:Lo fulminé con la mirada, sintiendo cómo la rabia y el dolor me trepaban las venas, rasgándome por dentro.Alexandros pretendía usar a mis hijos para doblegarme, para arrastrarme de nuevo a su maldito juego.Ya lo conocía.Sabía cómo manipulaba, cómo disfrazaba sus deseos de necesidades.Y esta vez no iba a caer.¡No iba a caer!Bajé la vista hacia Gianna, que aferraba su manita a la de él con la inocencia dibujada en los ojos.Esa misma inocencia que él no merecía.Mi corazón se apretó dolorosamente.Me arrodillé junto a ella, acariciando su cabello con ternura.—Cariño... ¿puedes ir a la cama con Gael? —susurré, obligando a mi voz a sonar firme—. Mamá necesita hablar con tu papito.Gianna frunció el ceño, apretando más fuerte la mano de Alexandros.—Vale, mami... pero no tardes... —musitó con su vocecita temblorosa—. Gianna no dormirá hasta que vuelvan...Me tragué el nudo que me cerraba la garganta y forcé una sonrisa.—No tardaré, te lo prometo.Me puse de pie, respiran
Continuación: POV Maite.—Se equivoca, señor Damián —dijo con voz baja y cortante—. Para mí, Maite nunca fue una amante. En mi vida, ella es y será... mi mujer. Y pronto... —una sonrisa casi triste asomó en sus labios— pronto será mi esposa legítima.Me eché a reír, incapaz de contenerme. Rodé los ojos y me mordí la lengua para no gritarle en la cara, que era un vil mentiroso, que ya no creía en sus palabras dulces ni en sus promesas vacías.—Estoy cansada —murmuré con desdén, mirando su rostro arrogante—. Le diré a los niños que se te presentó un inconveniente. Vete.Extendí la mano, fría, firme. Alexandros, lejos de mostrar alguna emoción, hundió las manos en los bolsillos de su pantalón. Me sostuvo la mirada unos segundos eternos antes de girar sobre sus talones y marcharse, con ese porte arrogante de quien cree ser dueño del maldito universo.Cuando lo vi desaparecer, me volví hacia mi padre.—Papá... quiero que empaques lo más que puedas. A las cinco de la mañana, Javier pasará
Narrador omnisciente:La camioneta avanzaba rugiendo en la claridad que brindaba la mañana. Había pasado media hora de silencioso castigo para Maite, quien miraba a Alexandros con furia contenida, ya que le había pedido que se detuviera una y otra vez.La ansiedad la estaba consumiendo, y la impotencia se apoderaba de ella. Miró a su alrededor, buscando una salida que no existía. —¿Te diviertes jugando conmigo de esta manera? — le exigió, pero él no le prestaba atención. Si no que con sus manos apretaba los bordes del asiento, deseando romper algo, cualquier cosa, para liberar esa presión interna. —No estoy jugando, Maite. Deja de verme siempre como un villano. Todo lo que hago, lo hago para protegerte, aunque no lo entiendas.—¡Del único que debo protegerme es de ti! —gritó ella, temblando de ira—. Eres un monstruo. Damián, había estado en silencio sopesando la situación, pero llegó a un punto donde el enfado lo consumía, y no pudo callarse más. —¡Déjanos salir de aquí ahora mism
Narrador omnisciente:Alexandros subió al avión, sin prestarle atención, mientras ella lo observaba con los ojos llenos de lágrimas. La angustia la estaba devorando por dentro, el temor a perder a sus hijos era más grande que la rabia. Dentro del avión, los niños, pequeños e inocentes, lo miraban, temerosos. Gianna, abrazada a su padre, con sus ojitos llenos de dudas, y Gael, más grande y consciente, lo veía con ese silencio que solo los niños tienen cuando algo no les cuadra.—¿Papito por qué mamá está llorando? —preguntó Gael, con un tono suave, casi como si no comprendiera lo que sucedía.Alexandros, con una sonrisa tranquilizadora, trató de apaciguarlos, agachándose para mirar a los niños a la altura de los ojos.—No te preocupes, pequeño, mamá, solo está nerviosa —dijo, con una serenidad que no era más que una fachada. Gael, aún sin entender, miró fijamente los ojos de su padre.—¿Es por qué eres un señor malo? —preguntó, con los labios temblorosos.Alexandros forzó una sonrisa
POV. MAITELas luces del camerino me cegaban mientras el equipo de maquillaje trabajaba con precisión sobre mi rostro. En ese espejo gigante veía a la mujer que había soñado ser toda mi vida. Estaba a punto de interpretar el papel más importante de mi carrera, el que me llevaría a la cima, al estrellato en Hollywood. Pero en ese momento, mi mente estaba a mil kilómetros de distancia.Un golpe suave en la puerta me hizo girar la cabeza. Una empleada, con una expresión tímida, se asomó.—Señorita Maite, esto es para usted.Con el ceño fruncido, tomé el sobre que me entregaba. Apenas cerró la puerta, lo abrí con curiosidad. Un pendrive cayó sobre mi mano.«¿Qué demonios será esto?», pensé. Sin darle demasiadas vueltas, conecté el dispositivo a mi laptop y lo abrí. Dentro había una sola carpeta con mi nombre. Mi corazón comenzó a latir más rápido.Un video. Al darle clic, la pantalla se llenó de imágenes explícitas. Me quedé sin aliento.—¡Dios mío! ¿Qué es esto? —jadeé, llevándome una ma