POV Maite.No dormí. O si lo hice, fue solo por momentos, entre lágrimas y pensamientos que me asfixiaban el pecho.Al amanecer, mis ojos estaban tan hinchados que dolían. Sentía los párpados pesados como piedras.Aris pasó toda la madrugada tras la puerta, susurrando mi nombre, suplicando… pero no abrí. No respondí. No podía permitírmelo.Agradecí en silencio que los sedantes que les administraron a los niños en el hospital todavía surtieran efecto. Si hubieran estado despiertos, habrían pedido que dejara a Aris dormir con nosotros, y yo… no podía cumplir ese capricho. No después de lo que había descubierto. No después de su traición.Me duché rápido, como un robot. Moviéndome sin pensar, con el corazón hueco. Cuando salí del baño, aún en bata, pedí un taxi. Tenía que irme de esa casa. Tenía que salir de su vida. De su mentira.Arrastré la maleta por el salón principal, y allí estaba él. De pie, en medio del salón, bloqueando el paso como si pudiera detener lo inevitable.Sus ojos me
POV Maite.—¿Es definitivo? —preguntó, y asentí con la cabeza, sin confiar en mi voz.—Papá, tenemos que buscar otro lugar. No puedo asegurarte que sea un penthouse, pero puedo pagar un buen apartamento. Necesitamos alejarnos de Ar… ese hombre.—Ese hombre ni siquiera se llama así. Su nombre real es Alexandros Kouros —continué con un nudo en la garganta—. Su vida es turbia. También está casado. Papá, lo mejor es que tú dejes de trabajar para él. Tengo miedo de que vuelvas a caer en prisión si algo sale mal.Mi padre tosió con fuerza, y casi se atragantó con su propio café.—¿Maite, cómo que Aris…?—No puedo darte muchos detalles. Y siento haber tardado una semana en agarrar el valor… pero lo único que puedo contarte es que él no es una persona de fiar.Me dolió decirlo. Me dolió más de lo que debería. Porque una parte de mí —la más irracional, la más rota— todavía quería protegerlo. Todavía lo amaba.Y odiaba este lado masoquista que no quería odiarlo del todo.—Cuando venga a llamarm
POV Aris.Saber que Maite se había quedado en el penthouse con su padre me calmó… pero no lo suficiente.No podía creer que una semana lejos de mis hijos y de ella se sintiera como la peor de las torturas. Yo, Alexandros Kouros, que había sabido doblegar voluntades, romper enemigos sin despeinarme, llevar al borde del colapso a los más fuertes… ahora era yo el que estaba al borde.Era una batalla constante. Cada noche tenía que sujetarme a mí mismo con cadenas invisibles para no tomar el primer auto y buscarla, abrazarla, rogarle que volviera a mi lado. Pero entonces me hablaba a mí mismo, casi como si fuera otro:“No, Alexandros. No así. Si la obligas a regresar, la perderás para siempre. Primero pon en orden tu vida, arranca la podredumbre de raíz y entonces, solo entonces, vuelve por ella como se merece”Y esa voz interna era la que me mantenía en pie. Aunque dolía. Aunque cada hora lejos de ellos se sentía como una soga al cuello.Ahora, mientras mi auto avanzaba por la calle prin
POV Aris.Me forcé a reír, como si no doliera, como si sus palabras no fueran un puñal que se clavaron en mi corazón, pero no podía defenderme, porque eso era yo en este momento "un villano" El hombre malo que no los merecía ni a ellos ni a su madre, pero aún sabiéndolos no quería dejarlos ir.—¿Y tu mamá, Gael? ¿Dónde está ahora?— Está trabajando —respondió con la inocencia de quien no sabe que acaba de hundirte el alma—. Nos dejó con el abuelito.Tragué en seco. Intenté llamarla. Una vez. Dos. Tres.Nada.El tono sonaba. Pero ella… no respondía.Y eso, eso dolía más que cualquier tortura que alguna vez le hubiera aplicado a mis enemigos.En cuanto crucé el umbral de la mansión Kouros, una oleada de recuerdos me golpeó como un puñetazo en el estómago. Todo olía igual: a poder, a tradición… y a traición envuelta en elegancia. El séquito de empleados se formó en fila con una sincronía casi militar. Todos se inclinaron a la vez.—Bienvenido, jefe —dijeron al unísono.Vi a mi madre cru
Narrador omnisciente:Habían pasado tantas horas desde que Maite salió de casa que la ansiedad ya se había apoderado de los niños. Como siempre que sentían esa inquietud, se aferraban de las manos, uno al lado del otro, esperando frente a la puerta del penthouse. Sus ojitos no paraban de mirar hacia el elevador. Damián, su abuelo, los observaba desde su butaca con una mezcla de ternura y preocupación, pero sonreía, intentando no contagiarles la angustia.—¡Mami volvió! —gritaron Gianna y Gael al unísono en cuanto escucharon el sonido de la puerta abrirse.Corrieron con fuerza, y se lanzaron sobre ella, abrazándola con tanta energía que ella casi pierde el equilibrio. Gianna, tan aliviada de tenerla de vuelta, le estampó un beso en la mejilla con sus manitas temblorosas. Ella le devolvió el gesto, enternecida. Gael, en cambio, se quedó inmóvil por un instante, luego se apartó lentamente, mirándola de reojo.—¿Qué te sucede, mi amor? —le preguntó ella, agachándose para quedar a su al
POV Maite.¿Dónde estoy?Era lo único que me preguntaba. La única certeza que tenía era que llevaba días —o tal vez una semana, ya no lo sé— encerrada en esta habitación tan cómoda como perturbadora. Tenía todo lo que cualquiera podría considerar un lujo: televisión, aire acondicionado, una cama enorme con sábanas suaves, un baño impecable con agua caliente y productos de higiene importados. Pero esa comodidad no era más que una celda disfrazada.Recuerdo haber despertado con la mente nublada, la garganta reseca y el corazón golpeándome dentro del pecho, como si intentara escapar él también. Me habían raptado en el camerino del set. En un instante estaba preparándome, y al siguiente solo vi oscuridad. El primer día de mi secuestro, cuando abrí los ojos, descubrí que ya no llevaba la ropa que tenía, sino un vestido blanco, largo, de tela fina, con pliegues organdí y escote discreto.Mis pertenencias habían desaparecido, no veía ni el bolso, mi celular, mis zapatos. No encontraba nad
Narrador omnisciente:Parada en la acera, frente al banco del que acababa de salir, Marina, vestida y peinada exactamente como su hermana Maite, giró sobre sus tacones con una sonrisa de triunfo. En la mano sostenía un grueso fajo de billetes de cien euros. Lo alzó con una lentitud teatral y lo acercó a su rostro, inhalando su aroma como si fuese perfume de diseñador. Cerró los ojos, exhaló con placer, y murmuró con esa mezcla de cinismo y envidia que le atravesaba el alma:—Ay, hermana… si pudiera quedarme con esta vida tuya en absoluto, lo haría sin pensarlo.El sol le acariciaba el rostro, la brisa movía con suavidad el cabello de su peluca perfectamente alisado, y durante un instante se sintió invencible. Hasta que desde el fondo de su bolso, oculto tras su billetera y un paquete de chicles, vibró el celular. Al ver el nombre en la pantalla, la sonrisa se le esfumó.“Yannis”. Ese malnacido que la había sacado de prisión, pagando su fianza … ahora la llamaba.Rodó los ojos con f
Narrador omnisciente:Dentro de la cabina de la camioneta en la que viajaba con Alexandros, Marina temblaba; y tenía los nudillos tan blancos que parecían de mármol. Pues Alexandros no dejaba de decirle cosas hirientes y llevaba más de veinte minutos contándole sobre lo patética que ella le parecía.—¿De verdad pensaste que podías engañarme? —murmuró, sin siquiera mirarla—. Únicamente fuiste una herramienta útil… y desechable. El día que entraste a mi vida solo vi la oportunidad de utilizarte para deshacerme de Vittorio. Nada más. Marina tragó saliva, sintiendo la humillación arderle bajo la piel.—¿Y ella… qué es para ti? —se atrevió a preguntar, con la voz hecha añicos.Alexandros dejó escapar una risa seca.—Maite, es todo lo que tú no has sido ni serás. Ella me hizo sentirlo todo: la calma, el deseo, la culpa, el miedo a perder. Contigo, jamás sentí nada que no fuera fastidio.Se inclinó apenas, como si confiara un secreto.—Aquel día, cuando creíste engañarme obligándola a ir