Narrador omnisciente.

Alexandros había interrogado a Maite de todas las formas posibles.

Su mente no encontraba descanso con la sola posibilidad de que Helena hubiera dejado entrever algo sobre lo ocurrido con Marina.

La duda lo carcomía por dentro. Pero, para su alivio —y sorpresa—, Maite le confesó palabra por palabra lo que Helena le había dicho.

Durante el almuerzo, el ambiente era tranquilo, aunque Ariadna no dejaba de hacerle señas a Maite desde el otro extremo de la mesa: movía las cejas, le guiñaba un ojo, le hacía discretos gestos con la cabeza.

Maite intentaba disimular su risa mientras pinchaba con el tenedor una ensalada que ni siquiera probaba.

«¿Qué se traen estas entre manos?», pensó Alexandros, entrecerrando los ojos, observando cada movimiento de su hermana con sospecha.

Finalmente, dejó los cubiertos a un lado con un seco clac.

—Ariadna… ¿me cuentas qué pretendes o prefieres que investigue yo? —soltó con voz grave, dándole ese tono autoritario que solo él podía lo