Silas se encontraba en la linde de los árboles, hacia el bosque que se extendía más allá. Una sombra oscura. Una mancha maligna, como dijo Atina.
—Parece bastante enojado —dijo Silas.
Tenías razón, lo convirtió en su esclavo de sangre con un hechizo. ¿Cómo lo reparo?
—Dame su cabeza.—
—Aún no has eliminado la maldición.—
—Con un hombre lobo enloquecido esperando matarme, ¿qué esperabas?—
—Espero que cumplas con tu parte del trato —dijo Asher—. Haz lo que dijiste y devuélveme a mi hermano.
Silas respiró hondo y me miró con recelo. Debería estar preocupado. Recuperaría la cabeza de Atina y lo mataría por todo lo que le había hecho.
Levantó un frasco que se arremolinaba con un líquido verde luminoso. «Lánzame la cabeza y le lanzaré esto a la maldición».
—Maldice primero. —Asher se mantuvo firme—. Impediré que Romeo te alcance.
Yo diría una cosa por mi hermano y es que no dejaría que esa escoria malvada saliera airosa sin cumplir su parte del trato.
—Si me pone una garra horrible encima,