El sonido desgarrador de la alarma de paro cardiorrespiratorio los lanzó fuera del despacho como un resorte. Corrieron hacia la UCI pediátrica, sus mentes cambiando al modo de crisis en milisegundos.
La escena era de caos controlado. Los equipos médicos ya trabajaban en los gemelos López, cuyos monitores mostraban líneas planas aterradoras. —¡Fibrilación ventricular en ambos!—gritó una enfermera. —¡Sabotaje!—declaró Valeria, su voz un escalpelo que cortó el aire—. Antonio, Laura, ¡Sofía! ¡No se aparten de ella! Sin necesidad de más palabras, se dividieron. Marco hacia un gemelo, Valeria hacia el otro. Fue una danza brutal y perfecta de desfibrilaciones, adrenalina y compresiones torácicas que les quemaron los brazos. Diez minutos eternos después, los dos pequeños corazones volvieron a latir con un ritmo estable, rebelándose contra la muerte.
Jadeantes, se miraron. No hubo alegría, solo la fría certeza de la guerra declarada. —Fue potasio—anunció Valeria, examinando los frascos de suer