Mundo ficciónIniciar sesiónPRÍNCIPE RIVEN
El día había empezado como cualquier otro para mí como príncipe heredero: entrenamiento de resistencia temprano en la mañana, luego práctica de espada, y ahora por fin tenía un libro en la mano para afilar mi intelecto (según mi padre). Luego, llegó ella y rompió mi momento de paz.
Su nombre es Margareth Nolan, nieta mayor de la condesa viuda de Nolan. Aunque intenté volver a concentrarme después de su partida, su imagen apareció una y otra vez en mi mente hasta que me rendí.
"Tienes unos ojos increíbles."
Cuatro palabras, y de pronto ya no era capaz de leer. Nadie me había dicho algo así. Nadie me había mirado así.
Su mirada violeta me sostuvo sin miedo, curiosa, como si quisiera descubrir algo en mí. Me pregunté si eso era admiración, pero no tuve tiempo de averiguarlo: mi hermano llegó con su grupo de seguidoras, como siempre.
Pensé que ella correría hacia él, como hacen todas. Pero no. Margareth siguió empeñada en llegar a la fuente. Eso me sorprendió tanto que, antes de pensarlo, hablé:
—Yo la acompañaré.
No suelo ofrecerme. Pero ella era distinta. Porque por primera vez había encontrado a alguien acorde a mi edad que no huía de mis ojos.
Desearía poder leer su mente. Saber cuál fue aquel pensamiento divertido que cruzó su cabeza y la hizo sonreír mientras caminábamos. La observé de reojo. Su piel era clara como el mármol pulido, y el cabello oscuro caía en ondas suaves que hacían resaltar aún más esos ojos violetas tan extraños y brillantes. Había algo delicado en ella, como si perteneciera a un cuadro antiguo, y al mismo tiempo se veía llena de vida. Sus mejillas rosadas parecían guardar la risa que se negaba a mostrar del todo.
Y, sobre todo, no se parecía a ninguna de las niñas que se desvivían por agradar a Líam. Ellas lo seguían como abejas tras la miel, riendo de todo lo que decía. Margareth, en cambio, parecía caminar con un mundo propio, uno del cual ahora tengo curiosidad.
Recordé entonces lo que mi padre suele repetir: "Un día dejarás de pensar como niño y empezarás a fijarte en las chicas."
¿Será que ese día ya llegó?
Me animé a preguntar:
—¿No te agrada mi hermano?
—Es más complicado que eso. Podría decirse que fue... mi amor en otra vida.
¿Quiere decir que si fue admiradora de mi hermano y ahora no? No estoy seguro. El silencio nos acompaña hasta que la fuente aparece ante nosotros. Y ahí inició realmente todo.
¿Cuántos protocolos rompió? Seguramente todos. Nadie se había acercado tanto a mí. Por un momento desapareció el príncipe heredero.
—Cuando cumpla quince, ¿puede prometerme que vendrá a mi fiesta? —su voz fue suave, pero sin rastro de duda—. Quiero bailar con su alteza.
Mi rostro se calentó nuevamente no sabiendo a dónde mirar ni qué hacer con mis manos.
Su extraña petición me tomó por sorpresa y más aún cuando sus manos tomaron las mías y volví a ser atrapado por su mirada. Si esta interacción fuera una batalla, ella fue la ganadora. No resistí más su mirada y escapé de ella.
—Es... una invitación muy anticipada.
—Solo prométalo.
¿Cómo puede algo como eso hacerme feliz? No lo sé. Pero claro que lo prometí.
Cuando partió, la sensación quedó dentro de mí: un calor extraño que se negaba a apagarse. Yo, acostumbrado al hielo de la distancia, ahora sentía mi sangre arder.
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Desde esa mañana me descubro ansioso, impaciente, pensando en cuándo volveré a verla. El recuerdo de su sonrisa se entromete incluso en mis entrenamientos, y aunque intento mantener la compostura, no logro apartar del todo su voz de mi cabeza.
Después del desayuno, mi padre me mandó llamar a su salón privado.
—Me alegra ver que eres tan dedicado. Serás un buen rey —dijo, con ese tono solemne que usa cuando cree estar forjando mi carácter.
Incliné la cabeza en agradecimiento, esperando que continuara. Tenía que haber algo más; aún faltan muchos años para que yo ascienda al trono.
—Pero un rey no puede liderar solo —prosiguió—. Necesita una reina. Y al igual que tú, ella también debe prepararse desde ahora.
Lo miré, sorprendido. Sabía que algún día me casaría, por supuesto, pero no esperaba que ese tema saliera tan pronto.
—Ya he elegido a la muchacha correcta. Se llama Leonor Sofía Borbon, hija mayor del Conde Borbon. Su condado es el más grande y próspero del reino, además de que tiene un ejército considerable.
—Padre... ¿Y si no me entiendo con esa persona? —pregunto de manera apresurada.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa, casi burlona.
—No tiene que agradarte tu esposa. Solo debe ser una buena reina y darte hijos. Lo demás... lo puedes buscar por fuera.
Sentí un nudo en la garganta. Qué necio fui al preguntar. Yo ya lo sabía. Así fue como la reina Isabel llegó a este lugar: primero, concubina de mi padre, luego su consorte tras la muerte de mi madre.
La charla terminó ahí, pero las palabras siguieron persiguiéndome todo el día. Liam no tendrá problemas con esto: basta mirarlo para saber que todas sueñan con ser su prometida. Yo, en cambio, estaré casado seguramente con alguien que me teme.
Busqué refugio en mi sitio secreto: una de las altas torres de vigilancia. Desde ahí el mundo se abre distinto. La brisa nocturna refresca mi rostro, y el lago, a lo lejos, refleja la luna como si alguien hubiera roto un espejo sobre el agua. En el pueblo, las farolas mágicas titilan como un enjambre de luciérnagas disciplinadas.
A veces deseo que mi cuerpo despierte, que revele, de una vez, algún poder como los de mi padre. Tal vez entonces la gente olvidaría el color de mis ojos y me verían por lo que soy.
Ese pensamiento encendió otro, más atrevido.
¿Y si existiera alguien a quien no le asustaran mis ojos?
Y de inmediato, sin esfuerzo, apareció su imagen: mejillas encendidas, una sonrisa luminosa, ojos violetas que no se apartaron de los míos.
Lady Margareth.
Sentí de nuevo caliente el pecho y mi cabeza gritó lo que tenía que hacer.
Mi padre habla de compromisos, de alianzas, de reinas escogidas por conveniencia. Yo debería aceptar todo eso sin cuestionarlo. Pero... ¿Y si no todo es tan rígido como yo creo? Tal vez pueda pedirle a mi padre directamente a la persona que quiero.
¿Estaría ella dispuesta?
A la mañana siguiente, sin poder dormir, bajé a desayunar. Entonces una conversación casual en el comedor mata todas mis esperanzas.
—Ayer decidí que la prometida de Liam será Lady Margaret, la nieta de la condesa Nolan. Esa mujer fue una gran amiga de mi madre, así que sé la calidad de familia que es.
Mi rostro perdió color. Incluso sentí frío. No imaginé que pudiera pasar algo así. Por fortuna nadie me miraba a mí. Mi quijada descolgada y la forma en que sostenía ahora los cubiertos con fuerza no fue notado.
—¿Te agrada Lady Margareth? —pregunta la reina a su hijo.
—Es interesante —afirma sin mucho interés Liam— además que si tú crees que ella es la indicada. Entonces lo es.
No sé como salí de ahí, lo que sé es que ahora la sensación placentera y cálida de mi pecho había cambiado. Ahora era como un huracán que amenazaba con explotar. Golpeé todo cuanto pude en mi habitación. Lo destrocé todo. Un príncipe heredero no tiene derecho a mostrar sus emociones de manera tan abierta en público. Menos aquellas negativas como la ira.
Golpeé la mesa. Luego la pared. El vidrio se quebró bajo mis nudillos. La sangre manchó el suelo. Y entonces, sin pensarlo, el fuego estalló. Las cortinas de la habitación se encendieron con rapidez alarmante.
Eso me asustó, no estaba preparado para eso. Creí que me había convertido en el monstruo que todos dicen. Solo atiné a descolgarlas con rapidez y sofocar las llamas con mis pies para no incendiar el resto de la habitación. Las escondí dónde donde creí no serían encontradas.
Descubrí que mis habilidades mágicas eran de fuego. El miedo inicial dio paso a un extraño alivio, como si por fin tuviera algo propio, algo que pudiera cambiarlo todo. Tal vez ahora me miren distinto. Tal vez incluso ella... ¿O la asustaría?
Ese pensamiento causó más estragos que las llamas. No quiero que me tema. No quiero perder lo único que me hace sentir visto. Aun así, decidí que hablaré con mi padre en cuanto regrese de su viaje a las zonas de cultivo dentro de cinco días. Aunque no había forma en que supiera la desgracia que ocurriría antes.







