38. DERECHO AL CONDADO
MARGARETH
Debe ser algo importante lo que guardaba este baúl, de otro modo no tendría sentido que además de un candado tuviera una protección mágica.
Una protección de sangre.
Cuando la llave giró, un pequeño chuzo emergió del metal y se hundió con precisión en mi dedo pulgar.
El ardor fue inmediato, pero lo más sorprendente vino después: mi sangre comenzó a recorrer las líneas talladas en la llave, iluminándolas con un resplandor rojizo que se extendió hasta el grabado del baúl.
El sonido del cerrojo liberándose resonó en la habitación como un suspiro antiguo.
Por instinto solté la llave y me llevé el dedo a los labios, limpiando la gota escarlata que aún asomaba.
El olor a hierro y magia se mezcló en el aire.
Y entonces, lentamente, levanté la tapa.
Dentro había una carta, cuidadosamente doblada y con una cinta azul.
Reconocí de inmediato la caligrafía elegante, firme y un poco inclinada hacia la derecha.
La letra de mi abuela.
Mis dedos temblaron al abrirla.
Solo la primera línea b