El pelaje bajo mi mano dio paso a una piel cálida y suave. El rostro de Enzo reemplazó al del lobo; sus hermosos ojos color miel se entrecerraron, a solo un suspiro de distancia de los míos.
Su pecho desnudo estaba presionado contra el mío, cubierto por la manta, con sus rodillas en el suelo, a cada lado de mis piernas.
El hombre estaba a horcajadas sobre mí. Era culpa del lobo, pero aun así...
Sentirse a horcajadas era… algo nuevo.
No era virgen, pero nunca había sentido amor ni romance en el sexo. Tenerlo a horcajadas sobre mí de esa manera no era romántico, obviamente, pero era diferente. Algo íntimo.
Enzo dejó escapar un fuerte suspiro y luego se puso de pie.
Mi mirada permaneció donde estaba, mis ojos se abrieron ligeramente mientras sus gruesos abdominales, luego su polla, sus bolas y sus muslos musculosos se movían directamente a mi línea de visión, a centímetros de mi cara.
Él era duro.
Y vaya.
Esa cosa no era pequeña. Era al menos un poco más grande que el chico con el que me