Fran y Yuli, que habían visto entrar a Apolo en la casa, decidieron seguirlo. Fran necesitaba reagendar sus clases de combate, pero lo que presenciaron los dejó helados. Sin pensarlo dos veces, Fran agarró a su hermana del brazo con fuerza y la arrastró hacia su carro.—¿Qué haces, hermano? ¡Suéltame! —protestó Yuli, frotándose el brazo en cuanto él la soltó.—Viste con tus propios ojos que ese lobo es un hombre prohibido, que está enamorado de su mate y es capaz de todo por ella. ¿Qué más necesitas para entenderlo? —le susurró con severidad.Yuli bajó la cabeza, no por vergüenza, sino por rabia.—Esa traidora de Susana… ¿Cómo se atrevió? La muy descarada no demostraba nada delante de mí, y yo, como una tonta, le contaba sobre los rechazos de Apolo. Cuando la vea, ella va a ver…Fran movió la cabeza de un lado a otro, exasperado. No sabía qué hacer con la terquedad de su hermana.—¡Basta, Yuli! Tienes pajaritos preñados en la cabeza. ¿Qué importa que Susana también estuviera enamorada
Del bosque emergió Isis, montada sobre el lomo de Boox, con su mate y los otros dos orcos. Los niños, con los ojos brillando de emoción, no pudieron contener su asombro al ver a las criaturas, que les sonreían con gestos amigables. Sin dudarlo, corrieron hacia ellos, ansiosos por mostrarles su nuevo hogar.—¡Bienvenidos! —exclamó Freya, acercándose para besar la mejilla de su amiga—. ¿Cómo fue el viaje?—Tranquilo —respondió Isis, con voz serena—. Los orcos casi no podían contener las ganas de ver a sus amigos. —Observó a los niños correr hacia las criaturas, y una sonrisa melancólica se dibujó en sus labios—. Miren cómo se olvidan de su tía preferida —bromeó, cruzando los brazos—. Derrotada por unos orcos, el mundo está perdido.—¡Ay, no exageres, chica! —Freya soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza—. Esos mocosos adoran a su tía Isis.La sonrisa de Isis se tornó seria por un instante, y bajó la voz.—Si mis criaturas causan algún problema a la manada, avísame y vendré por ellos.
Eris apoyaba su frente contra los fríos barrotes de su pequeña ventana, dejando que la brisa mañanera acariciara su rostro demacrado. El bosque se extendía ante sus ojos: veía las ramas de los pinos mecerse al compás del viento, cada hoja que danzaba en el aire era un recordatorio del mundo que pronto dejaría atrás.Marcaba los días que le faltaban en la pared de su celda. Allí sí tenía noción del tiempo, y solo le quedaba uno. Una última noche, y entonces encontraría la libertad que tanto anhelaba, no en la vida, sino en el abrazo frío de la muerte.Desde que la sacaron de aquellos calabozos subterráneos donde la oscuridad era tan espesa que los gritos de los espectros resonaban entre las sombras, fundiéndose con sus propios delirios, A este lugar limpio y luminoso. Ahora tenía una cama, ropa sin hedor a sangre seca y, sobre todo, esa hermosa vista del bosque. Pero la duda persistía en su mente: ¿por qué? La pregunta la atormentaba con tristeza cada mañana. ¿Sería un último gesto de c
El aire helado de las montañas rozó la piel de Eris cuando el carro cruzó las últimas colinas. Había imaginado un lugar desolado, lleno de peligros y soledad, pero ante sus ojos se extendía una aldea organizada: casas de madera y piedra, senderos bien trazados y cultivos que observaba desde el carro. Incluso divisó un pequeño mercado bullicioso.Al descender del carro custodiada por los hombres de Crono, observó a los orcos caminando junto a los humanos como si nada. No había hostilidad, pero tampoco camaradería. Era una coexistencia frágil y armoniosa. Sin embargo, el nerviosismo le atenazaba. No sabía cómo sería convivir con los orcos.Eris observó cómo Isis, descendía del carro que venía detrás del suyo, y se dirigía hacia un grupo de mujeres curiosas que asomaban las cabezas para verlos llegar. Entre saludos y murmullos, la vio hablar con una de ellas, una mujer de complexión robusta, y ambas posaron la mirada en ella. Al notar que se acercaban, Eris bajó los ojos.—Aquí trabajamo
Uno de los hombres llamado Esteban, se lanzó con un tronco largo, y llego a pocos centímetros de Eris.—¡Ven, te ayudaré a salir!—¡Saca al orco primero! —Ella balbuceo con la voz quebrada. Con un último esfuerzo, empujó al orco hacia él. El pequeño gruñó cuando Esteban lo atrapó, pero ya estaban a salvo. El hombre, tambaleándose sobre un tronco inestable, logró alcanzar la orilla y entregó al pequeño a sus padres, quienes llorando lo abrazaron llenos de emoción.Pero entonces la cuerda que sostenía a Eris se rompió. El lodo la engulló como una bestia hambrienta, arrastrándola hacia el río embravecido. Las piedras le golpearon el costado. Creyó que moriría. Todo se volvió negro.Esteban, tras asegurar al pequeño, escuchó los gritos de los presentes:—¡La cuerda se rompió! ¡La tierra se la está tragando!Sin pensarlo, corrió hacia la corriente y trepó un árbol doblado por la tormenta, cuyas ramas colgaban peligrosamente cerca del lodo. Se aferró a una de ellas, rezando para que no cedi
Eris levantó la cabeza de inmediato, con los ojos brillantes de preocupación.—¿Ése es el hombre que me salvó? ¿Cómo está? —Su voz tembló—. Vaya, sigo siendo una malagradecida. Él me salvó, y ni siquiera me acordé de él. Díganme donde esta para retribuirle que me allá salvado.—Esteban está bien —respondió Isis con calma—. Ya tendrás tiempo para agradecerle. Pero estamos aquí porque hablamos con el Alfa Crono sobre tu estancia aquí. Llevas diez meses entre nosotros, e intervenimos por ti. Si lo deseas, puedes formar parte de esta comunidad, sin ser una prisionera.Eris contuvo el aire, sin atreverse a creerlo. Su cuerpo se relajó y una mueca de alegría se reflejó en sus labios.—Muchos aquí, aunque no lo notes, te tienen aprecio —continuó Isis—. Me han dicho que pocos se acercan a ti porque siempre te ven asustada, como si esperaras un regaño. Pero esta aldea es un lugar donde nos ayudamos y vivimos en armonía.—Sí… sí, acepto quedarme —murmuró Eris, apretando sus manos de la emoción—
Freya se paró frente al espejo y su reflejo mostraba una imagen que destilaba elegancia y sencillez. Llevaba un largo vestido sin la voluminosa falda, pero sus líneas limpias lo hacían destacar de manera excepcional. El vestido tenía un cautivador tono marfil, con un escote en forma de V y mangas con detalles florales. Al dar la vuelta, el vestido reveló su espalda, decorada con encaje chantilly y un delicado patrón floral que seguía la línea de su columna vertebral. Su cabello estaba semi recogido, con una diadema vintage de oro. —Amiga, te ves absolutamente deslumbrante, pero no estás siguiendo la tradición de llevar el vestido blanco de novia con velo. Seguro que dejarás a muchos con la boca abierta —exclamó Isis, quien había sido su amiga desde que ella reencarnó, y juntas habían fortalecido sus fuerzas para este día. —Lo que piensen los demás no importa en absoluto. A partir de hoy, comienza mi venganza contra aquellos que me llevaron a la muerte en mi vida pasada. Mi futuro esp
El trayecto hacia la mansión transcurrió en un incómodo silencio, ambos evitando cruzar miradas. Al llegar Freya observó a Crono de reojo mientras él descendía del carro y rodeaba el vehículo para ayudarla a bajar. Con un gran suspiro, ella liberó el aire contenido en sus pulmones y salió con elegancia. Sin detenerse, ingresó a la mansión donde tendría lugar la ceremonia de nombramiento de Cronos como el líder alfa. Con gracia, ocupó su lugar en la mesa especialmente preparada para el alfa. Sus ojos centelleaban mientras observaba el lugar finamente adornado; su corazón latía al ritmo de los secretos que aguardaba. Minutos después, vio a su esposo entrar con una mirada oscura. Crono, al llegar a su mesa, se sentó al lado de su esposa, pero en ese preciso momento comenzó la ceremonia y él fue llamado al escenario. Freya mantuvo su compostura, sin siquiera mirar en su dirección. Él se levantó y subió al escenario, donde comenzó a hablar con solemnidad acerca de sus deberes con la mana