El viaje había sido largo y tenso: dos días de silencios incómodos y paradas breves para descansar. Lucía pasó la mayor parte del trayecto fingiendo estar dormida. Cada vez que Apolo le ofrecía agua, comida o intentaba iniciar una conversación, ella simplemente lo rechazaba con un gesto de fastidio. Él, por su parte, se esforzaba por no perder la paciencia.
A pesar de su actitud fría, las palabras de la anciana Gloria resonaban en su mente cada vez que cerraba los ojos: "No cierres tu corazón". Pero ¿cómo abrirlo cuando el pasado aún pesaba como una losa sobre su pecho?
Al llegar a la mansión, Apolo bajó del carro, lo rodeó y abrió la puerta para Lucía. Ella, sin embargo, lo ignoró y salió sin mirarlo. No estaba dispuesta a darle el gusto de mostrarse vulnerable.
Mientras Apolo sacaba los bolsos del maletero, una figura apareció a su costado. Era Susana, quien, al escuchar el ruido familiar del carro, había salido de la oficina con pasos apresurados. Al confirmar que era él, sus labio