Después de pasar el día con sus hijos y acompañarlos hasta que cayeron dormidos, Crono se dirigió hacia la habitación de Freya. Con delicadeza, giró la manilla y entró en silencio. La encontró distraída sentada frente al espejo, peinándose el cabello.
Freya se sobresaltó al notar la presencia de Crono, y un repentino nerviosismo se apoderó de su cuerpo, provocando pequeños espasmos que la delataban. Durante todo el día, había evadido cualquier encuentro con él. Se volteó lentamente hacia él y, con una aparente calma habló.
— ¿Qué haces aquí? No tienes derecho a entrar en esta habitación sin mi consentimiento.
—Tus feromonas me llaman, Freya. Recuerda que ya eres mía, y tu deber es dormir conmigo en la misma habitación —explicó Crono, esforzándose por contener las ganas de lanzarse sobre ella. No quería actuar impulsivamente; solo deseaba aclarar algunas cosas, hablar con ella sobre sus hijos—. También debemos hablar sobre nuestros cachorros ¿Cuándo pensabas contarme de ellos?
Por el bi