Lucía se despertaba sobresaltada, en su rostro solo se podía ver confusión y miedo. Fijó su mirada en el hombre sentado a su lado y le preguntó casi en un susurro.
—¿Dónde estoy? —Se llevó la mano a su mejilla adolorida mientras los recuerdos de lo que había vivido llegaban a su mente—. Yo lo maté... —balbuceó, temblando, mientras las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas—. Yo lo maté, él quería hacerme daño. Te juro que no quería hacerlo. No quiero ir a la cárcel.
—Cálmate, Lucía. Tú no lo mataste. Yo llegué a esa cabaña y me encargué de castigarlo por forzarte a algo que no querías. No te atormentes por algo que no hiciste. Además, solo te defendiste de ese desgraciado —Apolo intentaba tranquilizarla, sintiendo cómo su corazón se apretaba al verla en ese estado.
—Pero yo lo vi caer al suelo, yo le clavé un cuchillo —ella alterada, empezó a gritar—. ¡Yo solo me defendí! Ese alfa quería obligarme a estar con él, pero yo no quería que me tocara. —Se inclinó un poco, sintió un fuer