Permanecí en silencio, incapaz de articular respuesta alguna. Me levanté lentamente, apoyado por Ivory, cuyo cuerpo tremía ante la inverosímil realidad que se desplegaba ante nosotros. Juntos, comenzamos a inspeccionar los barriles de vino que ocultaban una verdad mucho más macabra.
Detrás de cada uno de ellos descubrimos un estrecho cubículo, en cuyo centro se encontraba una cama adornada con cadenas y esposas en cada uno de sus extremos. Las sábanas, manchadas con el paso del tiempo, eran testigos mudos de los horrores vividos por quienes allí yacieron. En unos estantes adyacentes reposaban diversos instrumentos de tortura sexual. Tomé entre mis manos un registro que detallaba el nombre de la última ocupante, su edad, los hombres que habían estado con ella y cuánto habían pagado por ello. Este registro, semejante a los encontrados en la otra estancia, rev