Extendí un cheque hacia Periklis, quien lo recibió con una seriedad que parecía esconder palabras pendientes. En ese instante, recordé la perturbada reacción de mi jefe de seguridad al descubrir aquel lugar de pesadillas. Intrigado, levanté la mirada y le pregunté:
—Periklis, ¿por qué afirmaste que mi padre no había perdido la razón cuando descubrimos la segunda habitación? —Desde que regresé, he estado cargando con algo que necesitaba compartir con usted, pero dudaba de su veracidad. Su padre, más que mi jefe, era mi amigo. El día que Stavros falleció, me había citado en esta casa para revelarme algo espeluznante: un lugar oculto lleno de mujeres encadenadas a las camas; así fue como me lo describió, y ciertamente sonaba macabro. Pensé que era una broma —relató Periklis, haciendo una pausa antes