Ilán decidió que a partir de ese día, el jardinero Armando sería quien condujera su auto, despidiendo al chofer anterior que había tomado partido por su madre.
—Señor, yo solo cumplía órdenes como todos los demás —insistía el hombre.—¿Quién te paga tu salario? —lo increpé—. Es Ilán, deberías haber sido leal a él.—Señor, usted no tiene idea de lo que es capaz su madre… —empezó a decir el chofer, pero se detuvo abruptamente. Luego, sin añadir más, dio media vuelta y se alejó.Tras la partida del chofer, un silencio tenso se apoderó del ambiente. Ilán y yo intercambiamos miradas cargadas de una comprensión mutua sobre la gravedad de las palabras no pronunciadas por el hombre. En silencio, recorrimos el camino hasta el hospital y nos dirigimos ha