220. CONTINUACIÓN
DANIEL:
Mientras caminábamos juntos hacia el jardín, sentí que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba solo, que tenía a alguien de mi lado, alguien que realmente se preocupaba por mí. Y eso, más que cualquier lujo o promesa de futuro, era lo que mi corazón había anhelado durante toda mi vida.
Al llegar al jardín, nos sentamos en un banco donde el sol de la mañana daba de lleno. Me asombré al ver aparecer a mi madre; no era la oscura mujer que recordaba. Estaba vestida de un azul pálido, con su cabello suelto en un elegante peinado, y su semblante irradiaba felicidad. Tuve que mirar dos veces para convencerme de que era ella.
—¿Mamá? —la llamé, todavía como si necesitara escuchar su voz para estar seguro de que no estaba soñando—. Estás hermosa, me recuerdas a cuando era un niño.
Vi cómo mi madre se sonrojaba y miraba al juez, que sonreía al escucharme. Esto había sido obra suya; le había prohibido vestir de negro y, mucho menos, peinarse como lo hacía antes. La había co