Le dediqué a Ilán una sonrisa radiante, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que estaba verdaderamente a salvo. Este hombre que tenía frente a mí no era el paralítico indefenso con quien me había casado. Por el contrario, era alguien completamente desconocido para mí, alguien que me estaba cautivando con cada gesto y palabra.
La firmeza con la que Ilán enfrentaba los problemas, su voz fuerte, autoritaria y segura, resonaba en mis oídos como una melodía seductora. No podía apartar los ojos de él, observándolo como si lo viera por primera vez, fascinada por esta nueva faceta de mi esposo. —¿Por qué me miras así, amor? —preguntó Ilán, percatándose de la intensidad en mi mirada—. ¿Qué sucede? ¿Tengo algo en la cara? —No, no —respondí con una risita nervios