Sin esperar la respuesta de mi aterrada prima, que ya estaba marcando frenéticamente el número de sus padres adoptivos para avisarles, me dirigí a Stefano.
—Stefano —lo llamé con firmeza y decisión—, haz que todos entren al salón de conferencias, excepto Geraldine y los padres de Eleonor, hasta que te avise. La atmósfera en el auto se electrificó al instante. Ivory, captando la brillantez de mi plan, me abrazó eufórica, con sus ojos brillando en una mezcla de admiración y alivio. Mi determinación se contagió rápidamente a todos, disipando la preocupación inicial de Ivory y transformándola en entusiasmo. —Y podemos hacer algo más —agregó Ivory, su mente creativa trabajando a la par que la mía, se acercó y me susurró al oído su idea. Al principio dudé, pero luego dije qu