El doctor Herrera dejó escapar un suspiro profundo y se reclinó en su sillón, mientras tamborileaba con los dedos sobre el escritorio. Su mirada, ahora menos severa pero aún cargada de dudas, se posó en el documento una vez más. Sentí que analizaba cada palabra, cada signo, buscando algo—algún error, alguna laguna que pudiera explotar a su favor.
—Está bien Ilán, tienes razón en eso que dices —respondió el doctor Herrera, esforzándose por mantener un tono imparcial, aunque sus ojos revelaban una gran frustración. Se removió incómodo en su silla, buscando las palabras adecuadas para su siguiente movimiento. —Me gustaría, si lo permites, visitarle. No sé si sabes que fuimos grandes amigos —añadió, con un dejo de nostalgia en su voz. —Podría leerle un rato. Esos institutos especializados s