127. CONTINUACIÓN

 Miré a mi tía Josefina, quien sonrió con una gran tristeza. Pensaba en su pobre hermano, que había tenido la mala suerte de caer en las garras de una mujer como Amaya. Lo único bueno que había hecho Amaya era darme a mí, su hijo, que gracias a Dios había salido a Stavros en todo, tanto en físico como en mi moral incorruptible. Mi padre me había educado y dado un buen ejemplo.

—Si tú estás de acuerdo, Ilán, la llevaremos mañana mismo a mi casa. Y recuerda, no estás solo en esto. Estoy aquí para apoyarte en cada paso del camino —afirmó tía Josefina, y sentí que admiraba la fuerza de su determinación. 

 Sé que ella entendía que su hermano se había ido demasiado pronto, dejándome solo. Ahora comprendía por qué Stavros había ido a visitarla a la cárcel y le
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