POV: Mila.

La sala del sótano era un espacio estéril, iluminada por una lámpara que zumbaba suavemente. Me senté en la silla reclinable, las manos apretadas en el regazo, mientras el médico retirado ajustaba un equipo que parecía sacado de otra época: cables, luces parpadeantes, un metrónomo que marcaba un ritmo hipnótico. Víctor estaba a un lado, observándome con una intensidad que me ponía los nervios de punta. Había cambiado en los últimos días, más atento, casi paternal, pero sus ojos seguían cargados de secretos. Acepté la terapia de choque porque los sueños y los flashes me estaban destrozando: niños corriendo hacia mí, una cuna vacía, nombres que quemaban—Javier, Lola, Nicolás. Necesitaba respuestas, aunque me rompieran.

El médico comenzó, su voz un murmullo constante. "Relájate, Mila. Deja que las imágenes vengan". Las luces parpadearon, el metrónomo marcando el ritmo. Cerré los ojos, y el mundo se deshizo.

El primer flash fue un golpe: una casa grande, fría, donde yo era una