La burbuja de su clandestinidad, tan cuidadosamente construida y celosamente guardada, era frágil. Demasiado frágil. Kang Ji-woo lo había sabido desde el principio, cada momento robado, cada mirada compartida, cada roce de manos bajo la mesa, estaba cargado con el peso de la culpa y el inminente desastre. Pero la adicción a esos momentos de intimidad con Lee Jae-hyun era demasiado fuerte para resistirla. Él era el aire que le permitía respirar en un mundo que la asfixiaba. Esa mañana en la Torre Haneul, el aire se sentía diferente. Pesado. Cargado de susurros y miradas furtivas. Ji-woo notó la diferencia desde el momento en que entró en la oficina. Las recepcionistas se callaron abruptamente al verla. Los colegas en sus cubículos tecleaban con una intensidad inusual, sus ojos desviándose hacia ella y luego hacia sus pantallas. Una sensación de pavor se apoderó de ella. Su estómago se revolvió. Fue a la pequeña cocina para servirse un café, esperando que la cafeína dispersara la crecie