Julian yacía acostado sobre las sábanas revueltas, con Kira recostada a su lado, su espalda desnuda bajo los dedos cálidos de él. Deslizaba la yema de los dedos lentamente por su columna, dibujando círculos perezosos sobre su piel suave, sintiendo la paz más perfecta que había experimentado en años. Kira tenía los ojos cerrados, adormilada, murmurando cosas sin sentido entre sueños, y de vez en cuando sonreía, como si estuviera soñando con él. Julian no podía dejar de mirarla, de acariciarla, de repetirle en voz baja que la amaba. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que pertenecía a algún lugar. A alguien. A ella.
Entonces el celular de Julian vibró.
Una, dos, cinco veces. Un aluvión de notificaciones. Kira abrió los ojos lentamente, y con un suspiro somnoliento, se incorporó un poco.
—¿No vas a verlo? Puede ser una emergencia —dijo con voz ronca, frotándose los ojos.
Julian estiró el brazo hacia la mesa de noche, tomó el teléfono… y su rostro se tensó. Las imágenes de Vanessa apa