La puerta se cerró con un clic suave detrás de él.
Julian se quedó quieto en el vestíbulo por unos segundos, observando la oscuridad silenciosa de la casa. Todo estaba en su lugar: el abrigo de Kira colgado donde siempre, sus sandalias pequeñas junto al tapete, el aroma tenue a pintura aún fresco en el aire. Aquel olor le hizo cerrar los ojos por un momento.
Kira había pasado la mañana entera en su estudio, metida entre pinceles, lienzos y trapos manchados de color. Era su mundo, su refugio, su lenguaje.
Y él se preguntó por primera vez… ¿qué pasaría si ese mundo se rompía por su culpa?
Abrió los ojos y avanzó despacio, con una sensación extraña en el pecho. No miedo. No aún.
Pero sí algo que se le parecía.
Dejó las llaves sobre la mesa de entrada. Se quitó el saco con un gesto automático.
Y fue cuando vio el sobre en el piso, justo junto al buzón.
Se agachó lentamente.
Una Polaroid.
Kira. Caminando sola por la calle, con la mochila colgada al hombro.
Tomada a la distancia. Desde un a