Los meses pasaron y todo empezó a tomar su rumbo. La vida en la aldea y los alrededores se volvió tranquila, aunque ninguno bajaba la guardia. Eirik y los demás siempre estaban en constantes reuniones y trazando estrategias por si algo iba mal, aunque ya mucho más tranquilos. Ivar no era tonto; aquí había muchos más hombres, sería un suicidio volver, aunque nunca se debe subestimar.
Yo estaba a semanas de dar a luz. Desde aquella vez, no he vuelto a ver a esa mujer ni a las brujas que se esconden en el bosque; tal vez se dieron cuenta de que no iban a conseguir nada. Eirik hoy estaba terminando de tallar la cuna de nuestro bebé. Era lindo ver el gran interés que sentía por nuestro hijo.
—¿Crees que se parezca a ti o a mí? —le pregunté.
Él dejó de trabajar y me miró.
—Espero que a mí, fue difícil atraparte —me dijo con una enorme sonrisa.
Yo puse los ojos en blanco y le lancé un pedacito de madera que estaba cerca.
—Se parecerá a mí, lo presiento —le dije.
Él negó con la cabeza.
—Los h