Mundo de ficçãoIniciar sessãoCallie se detuvo en el gran vestíbulo; la fría piedra bajo sus pies descalzos resonaba por el palacio como un latido tallado en mármol. El castillo había cambiado… pasillos más amplios, tapices más oscuros, aire más denso. Ahora respiraba poder. Historia. Dominio.
Debería haberse sentido pequeña. Insignificante. Pero en cambio, algo se arrastró bajo su piel. La estaban observando. La habían arrojado ante un mayordomo anciano… cabello plateado, ojos como cristal congelado. "El Rey Licántropo te ha ordenado que sirvas como su asistente personal", dijo el mayordomo con voz tranquila y cortante. "Permanecerás en los terrenos del palacio en todo momento. Se espera obediencia". A Callie se le revolvió el estómago. ¿Era esto un castigo… o control? "Una sirvienta. ¿Para él?", logró decir con voz quebradiza. Los labios del mayordomo se curvaron en una leve sombra de sonrisa. "Interprétalo como quieras. Tu hermana y Su Majestad creían que el entrenamiento te haría bien". Entrenamiento. La palabra la golpeó como una bofetada. Elysia jamás habría aprobado esto. ¿Verdad? El mayordomo le entregó un paquete: guantes, betún, paños suaves. "Tu primera tarea son los aposentos del Rey. Nadie más tiene permitido limpiarlos". Callie dudó... pero tomó las herramientas. El dormitorio del Rey era una catedral de sombras. Sábanas de seda negra cubrían la imponente cama como velos de luto. Columnas de mármol se alzaban como jueces silenciosos. Cráneos de depredadores se alineaban en estantes pulidos, anidados entre cálices de plata y velas talladas con forma de lobo. Se movía con cuidado, como si un paso en falso pudiera despertar algo antiguo. La última vez que había estado fuera de esa habitación, Elysia se reía por dentro. Ahora... estaba en silencio sepulcral. Volvió a colocar las sábanas esparcidas. Limpió la madera de ébano. Pulió el metal antiguo hasta que brilló como la luz de la luna congelada. Cada movimiento erosionaba los límites de su dignidad, pero seguía adelante. No había calor allí. Solo frío. Acero. Sombras. Se detuvo ante un estante con marcos de retratos sellados. Uno, cubierto de polvo, le llamó la atención. Dudó... luego limpió el cristal. Un Darian más joven la miró fijamente. Brazos cruzados. Ojos duros. Una media sonrisa burlona... devorada por el tiempo. Ni cruel, ni amable. Solo... atormentado. Junto a él había un marco sin foto. Un lienzo en blanco. ¿Una foto retirada? ¿O nunca colocada? A Callie le dolía el pecho. Presionó una mano contra el cristal. Este no era el hombre que se había burlado de su hermana. No era el que le alborotaba el pelo o le daba vino en los banquetes de la manada. Ese Darian se había ido. Volvió a colocar el marco con cuidado. Pasos. Callie se quedó paralizada, lejía en mano. Darian apareció en la puerta, con los brazos cruzados, tallado en furia y llamas. Las sombras del atardecer se enroscaban alrededor de su figura, dibujando un marcado contraste entre músculos y cicatrices. "¿Qué haces en mi habitación?" La voz de Darian era baja. Plana. Con un toque de advertencia. Callie se enderezó, con el corazón latiendo con fuerza. "Yo... estoy haciendo lo que me pediste". La mirada de Darian recorrió la habitación, deteniéndose en los estantes pulidos. "¿Y los demás?" "Estarán terminados antes de que regreses, Su Majestad". El título le supo a óxido a Callie. Pero lo dijo. Darian se acercó, con el aroma a cuero y algo más oscuro enroscándose a su alrededor. Callie se mantuvo firme. "¿Dónde está mi hermana?", preguntó con voz temblorosa. El rostro de Darian se endureció en una mueca de desprecio. "¿Cómo te atreves a preguntar?" Callie no se inmutó. Se merecía el desprecio. La había dejado. Sin una palabra. Sin despedirse. “Ahora eres mía”, dijo Darian con voz fría. “Mi sirviente. Obedecerás mis órdenes… día y noche”. La orden resonó en la habitación como un juramento. Callie sintió que se le calaba en los huesos. Odiaba la rapidez con la que su cuerpo recordaba lo que se sentía la sumisión. La facilidad con la que la obediencia se le enroscaba en la columna. “Sí, Su Majestad”, susurró. Darian la miró fijamente un instante más y luego se giró. Su capa ondeó tras él como una nube de tormenta. El mayordomo reapareció con una reverencia tan nítida que casi cortó el aire. “¿Debo volver para recibir sus próximas órdenes, Su Majestad?” Darian se detuvo en la puerta. “Dígale que prepare las habitaciones de invitados”, dijo, sin volverse.Entonces la puerta se cerró con un clic.
Callie se quedó quieta mucho después de que los ecos se apagaran. El aire vibraba con recuerdos. Casi podía sentir la presencia de Elysia en el mármol... la calidez que solía transmitir, la suave fuerza en su risa. Le había fallado. Aun así, pensó: Si esta... servidumbre... me acerca más a ella... la soportaré. Obedeceré. Por ella. Por lo que queda de esta familia rota. "Si puedo ser útil... tal vez me vuelva a hablar." Se volvió hacia la cama. Tomó el pulimento. Enderezó los hombros. Esto es solo el principio.






