Las manos de Callie temblaban mientras acomodaba las sábanas dobladas en las habitaciones de servicio, aunque sus ojos no estaban fijos en la tela. Estaban fijos en el recuerdo que se había negado a abandonarla desde el día anterior: la mirada de Darian, penetrante y dorada, deteniéndose demasiado tiempo en la curva de su hombro mientras la rodeaba, la sutil presión de su presencia tras ella mientras se arrodillaba. Tragó saliva con dificultad, intentando acallar el recuerdo, pero su cuerpo la traicionó. Un escalofrío la recorrió, indeseado, innegable, y apretó las palmas con más fuerza contra la tela para tranquilizarse.
Cada sombra en la habitación parecía contraerse, cada susurro de viento que se filtraba por la ventana ligeramente agrietada sonaba como su llegada. No podía evitar la sensación de ser observada; él podía estar en cualquier lugar, siempre. El pensamiento le aceleró el pulso, le hizo un nudo en el estómago con la tensión y el anhelo que se odiaba a sí misma.
Intentó c