El amanecer encontró al Castillo de las Sombras envuelto en un silencio tenso. Las primeras luces atravesaban los ventanales, bañando los pasillos con un resplandor dorado que parecía incompatible con la incertidumbre que aún reinaba en los corazones de todos. Afuera, la vida del reino pendía de un hilo; dentro, los rumores corrían como susurros que se mezclaban con el crujido de las antorchas.
Los guardias habían obedecido al pie de la letra las órdenes de Risa: las puertas estaban cerradas, ningún mensajero había partido, y el médico real se encontraba vigilado mientras atendía al príncipe Lucian. Nadie osaba levantar la voz, pero todos esperaban noticias del rey.
En los aposentos, Rhaziel dormía profundamente, su respiración ya no entrecortada sino acompasada. El amuleto de Noctara aún descansaba sobre su pecho, emitiendo un resplandor tenue, como si protegiera su vida de cualquier nueva amenaza.
Risa permanecía sentada a su lado, sin apartar los ojos de él. Había llorado en silenc